lunes, 3 de diciembre de 2012

Shake





Salió de la casa en el momento exacto en el que el primer rayo de luz rebotaba sobre las vidrieras. Las traviesas vibraciones solares hicieron saltar varios colores de la cristalera, tiñendo el amanecer de una suave tonalidad verde.

Tomó aire despacio, con miedo a despertar el mundo que, a su lado, dormía mecido por el suave compás de las olas. Tomó aire y sin esperar a que este llenara sus pulmones le exhaló, impaciente por comenzar a vivir un día más. Sin pensarlo dos veces corrió hacia el mar, dejando que su corazón restallara contra el pecho incapaz de mantener el ritmo de sus piernas. El agua helada corto su respiración, la bocanada de aire que había logrado introducirse en sus alveolos escapó en forma de vaho, perdiéndose en la nebulosa de la mañana, camuflándose entre la espuma que producían las olas al chocar contra su cuerpo desnudo.

Cuando volvió a pisar tierra firme, alejándose ya del embate del mar contra su piel comenzó a temblar. Un férreo frío se aferró a su epidermis, los pelos se erizaron y desde la cabeza a los pies el rítmico castañeteo de sus dientes sustituyó al intranquilo latir de su corazón. Al cabo de unos instantes este dejo de latir, concienciado de que su intermitente bombeo no era, mas cosa olvidada, una de esas costumbres que se repiten en el tiempo y el espacio para llenar el vacío que deja a su paso el crepitar de los segundos en la vida.

Así, cual marioneta que no vive sino respira, temblando de frío a la sombra de un amanecer que amenazaba con coronar su cenit la vió. Sentada frente a la ventana de la casa, sonriendo. Sonreía y su sonrisa era contagiosa, la calidez de sus labios empujaba al adormecido corazón a levantarse y volver a saltar dentro del pecho. Pero algo más la igualaba a la marioneta que desnuda en la playa dejaba caer las gotas de sal cual lágrimas sobre la arena.

Ella también temblaba, temblaba de amor terror.

miércoles, 31 de octubre de 2012

Certeza dudosa



Te aferras al abanico de posibilidades que te ofrece la existencia como el enfermo que vive enganchado a la vida, maldiciendo cada segundo que fluye por sus venas pero incapaz de tirar de los cables que le atan a una existencia miserable.

Son para ti miles de salientes prometedores. Se alzan ante tu vista imbuidos de la promiscuidad de las grandes oportunidades, son y no son. Son tu salvación pues su afilado canto y punzante tacto aferran tus tristes huesos a la certeza de vivir y alejan el canto fúnebre del abismo. Canto que sintoniza tus ondas cerebrales, indicando a tu pesaroso discurrir que un mero salto te libraría de la certeza de la realidad para sumergirte en la dulce duda del caos. Pero no son salvación alguna. Su desgarrador contacto carcome tu alma, transformando tu razón en un voraz instinto. No eres libre en tus elecciones, todas ellas conducen tu extenuado cuerpo hacia la autodestrucción.

Cada paso en el camino conforma tu discurrir, cada mota de polvo que se aloja en tu cerebro te conduce hacia el mismo destino. No conoces la senda inexorable de tu destino pero vives en la seguridad de que ella si te conoce. En su vertiente final hallarás la paz, la última encrucijada premeditada que discrimines te conducirá hacia aquel lugar en el que dar firme reposo a tus dudosas certezas para sumirte en la certeza de la duda.

Será allí, fuente última de reposo donde sumerjas el polvo en el turbio manantial de la locura, donde extirpes de tu mente toda premeditación para renacer como nueva criatura. Como nueva alma dispuesta a extender las torpes alas de la libertad y volar sin más fin último que surcar las finas corrientes de la realidad. Trazando en el cielo la estela que deja tras de sí el hombre libre, el tintineo de las cadenas, el crujir de sus eslabones al estallar en mil pedazos.





jueves, 18 de octubre de 2012

Volutas de humo azul


Esa calada al corazón
que tanto duele,
que tanto siente.

Sólo un sordo rumor,
que navega a contracorriente.
Sólo el triste pavor,
la certeza de perderte.

Las noches frías recuerdan tus labios,
recuerdan las nubes que cubrían
las cumbres de tus pechos.

EL llanto del cielo,
las lágrimas de duelo
y aquella sonrisa
que se oculta tras el velo.

EL velo del olvido,
del paso del tiempo.
Oculta cada recuerdo,
cada segundo en tus labios.

Todo sabe a ceniza,
noches frías de pasión
en una cama desconocida.

Demuéstrame que las palabras no callan,
que el vacío que nos separa
aún se puede llenar
con el recuerdo
que una vez fue amar.

Grita cuando calles,
grita que me amaste.


jueves, 20 de septiembre de 2012

Juicio de papel

A veces solo queda la realidad, someterse al juicio del papel y realizar examen sobre una vida enmarcada en lo efímero. Sobran las palabras cuando tu alma solo sabe ladrar. El rencor corroe la esencia, perfumando el oxígeno del suave olor del miedo. Detiene el paso de cada instante para anclarte a una silla de alambre que tiembla con la premonición de cada nuevo amanecer.

Un sol teñido del rubor de la sangre alumbra tu torpe caminar, anuncia cada vaivén de quejumbrosas sandalias. Pasos bañados en el sudor del camino, bañados en la polvareda que levantan tus ansias de vivir. Arrecia la tormenta de arena que dejaste a tu paso, golpeando en el techo de mi ruinoso sombrero. Mi sombrero, compañero de senda, roído por los parches se aferra a mi cabello por su temor a las alturas. Se aferra con garras oxidadas que perforan mi cráneo, trepana mi cabeza con su ala afilada y deja que se cuelen las pesadillas en mi intranquilo dormitar. La sombra de mi sombrero cobija bajo su ruidoso acunar a las quimeras de mis sueños.

Mientras camino, aún erguido a pesar del peso de los recuerdos, una vieja luna amenaza con alunizar en tu ventana. Lamenta que las musas no la visiten, que huyeran todas, junto a ti, a la cárcel sin barrotes que llamas amor.




martes, 11 de septiembre de 2012

Efímero

Todo es efímero, como una calada de amor en tu ventana. La suave brisa acuna tu pelo mientras la ceniza se esparce al viento, cargada de deseo, teñida de la impotencia que otorga lo imposible. Huye, cobarde ante el miedo. Desaparece entre las luces de la silenciosa ciudad escondiéndose en la noche, temerosa, temblando de terror y locura al contemplar la grandeza de un mundo que nunca entendió la felicidad.

Gira la rueda. Acompañada por la famélica luz de las estrellas, distante, fría, incapaz de calentar un corazón destrozado por el tiempo y su vaivén. Gira sin preocupaciones, como una obsesión macabra e imperturbable, solo gira. Es el sonido de engranajes, su chirrido infernal que acompaña mi paso, cada crujido de sus ruedas dentadas carga otro error en los hombros del coloso que sueña con ser niño.

Una lágrima se niega a salir, permanece anclada al puente de la mirada. Contemplando la inmensidad que, amenazante, la acoge en su inexorable caída. Resbala por la piel, calcinando cada poro que lucha por respirar otro segundo. Es solo otro lazo que tiende un puente a la locura, es simplemente una forma de llenar el vacío de incomprensión que deja la vida a su paso.

Nada importa, mas el paso de las horas y su cadencia, monótona y melodramática, marca el compás de otro corazón solitario que pasa cada latido despierto, incapaz de conciliar el sueño, incapaz de afrontar la pesadilla en la que todo desaparece, incapaz de afrontar la pérdida del recuerdo de tu rostro.




domingo, 26 de agosto de 2012

Recuerdos

La sonrisa del arlequín,
tímida,
traviesa,
traicionera.

Son los ecos de su risa,
atruenan en mi pecho,
emponzoñan mis latidos.

Bombea mi maltrecho corazón,
abatido.
Con la única esperanza
de tu regreso.

Cada noche anhelo tu abrazo,
mientras en mis sueños
orbitan los demonios.

Fugaces visiones de tus besos
se cuelan en mi colchón.
Recordando una mañana,
recordándonos empapados
en sudor.

Gimen las musas al viento,
abatidas por tus ojos,
mueren envenenadas,
destrozadas por los celos.

Cada segundo cobra peaje
en la autopista de mi deseo,
cada segundo se resiste
a ceder una esperanza.

Quiebran mis nervios
cuando la luz desaparece
y entre mis sábanas
solo habita tu recuerdo.

Esparce el viento tu olor,
una fragancia imperiosa,
que desboca,
que me ahoga.

Son los minutos cadenas,
son las horas mi celda,
es la distancia
mi amarga condena.



viernes, 17 de agosto de 2012

Salvemos el tiempo.


Me quema la vida,
al contacto con tus labios.
Late descompasado el tiempo,
acompasado por tus gemidos.

Suena un débil quejido,
por el tiempo.
Que escapa,
que se consume.

Mientras en nuestro colchón
los segundo no se pierden,
se convierten.
En caricias,
besos a bocajarros
y ávidos mordiscos.

Atruena,
es tu respiración en mi nuca.
Cuando mis labios,
devoran tus curvas.

Salvemos juntos el tiempo,
guardemos nuestra pequeña historia,
en forma de recuerdos.
Con el único formato
de miles de besos.


sábado, 30 de junio de 2012

La vereda del río.

Huyó, aquel día explotó toda su rabia, el odio arrasó los resquebrajados diques de su corazón. Mucha gente dijo que huyó porque no entendía el mundo, porque era un loco soñador que no quería encajar, yo creo que huyó porque el mundo no le entendía a él.

Se fue por el camino del río, paso a paso dejó atrás ese pequeño pueblo, escenario de su vida. No conocía otro lugar lejos de sus fronteras, pero a él no le preocupaba, conservaba en su haber su más preciada posesión, un pequeño libro de poemas.

Era joven cuando se fue, muchos aún le recuerdan como un niño, para otros era un muchacho inmaduro, para mí era simplemente él. Desde pequeño la melancolía marcó su carácter. Aunque era un joven de sonrisa fácil su corazón cargaba con el peso de miles de temores, miles de dudas que hacían tambalear la fina cuerda sobre la que discurrían sus pasos.

También se comentó que huyó intentando alejarse de los fantasmas del amor, yo sé que huyó con ellos. El caso es que huyó por el camino del río, dejando atrás la intolerancia de su pequeño pueblo, abriendo los horizontes al mundo. Recuerdo que le vi marchar, en sus ojos brillaba la llama de la esperanza.


Dulce sinsentido, trágica condena.


Un ruido sordo,
un lamento mudo.
Dolor en silencio,
traición en invierno.

Su frío me acecha,
me sigue, me envuelve,
anuda sus brazos y me estrecha,
poco a poco se extiende.

El espejo ya no me mira,
su reflejo ya no me anima.
La metamorfosis comienza,
las garras son caricia.

Pensamientos envenenados,
anhelos enjaulados.
Cerrados con jaulas de hollín,
sellados bajo su carmín.

Se cual será mi condena,
pero mi alma es traicionera.
Mi espíritu afloja correa,
mi boca busca sus labios.

sábado, 23 de junio de 2012

Tesela.

Sonido de muerte hace vibrar mis tímpanos, el mosaico de la vida aparece ante mis ojos destrozado por el impacto de los segundos. Las teselas caídas cubren mis pies, parecen brotar del suelo como flores marchitas, flores cuyo efluvio está cargado de ansias de vivir, flores que nunca florecerán. Son solo capullos cargados de esperanzas sin fundamento, capullos cargados con el peso de miles de sueños rotos que tarde o temprano quebraran sus tallos.

Comienza a oscurecer, los ecos del ocaso vibran insistentes en las descoloridas vidrieras. Su luz anaranjada es arrojada a mis pies, escupida por un dios para reírse de mí con su brillo, recordándome la oscuridad que tiñe mi pecho. Mi sombra crece, ocultando la sala por completo, cubriendo con un manto de tinieblas cada recoveco. Oculta todo otorgando un momento de respiro a mi torturada alma. Solo el silencio de la oscuridad acalla las voces que torturan mi mente, las voces que claman sedientas de sangre. Su inquietante murmullo se desvanece por completo, solo los acordes de un pensamiento zumban en mi mente, como una melodía in crescendo su rumor toma el control de mis actos, la duda desaparece.

Siento su contacto frío entre mis dedos, acaricio el gatillo y situándola suavemente en mi sien disparo.

El cuerpo cae a plomo sobre el suelo, salpicando las teselas con su sangre. La oscuridad desaparece, las teselas comienzan a brillar, comienzan a florecer desembarazándose del peso del fracaso. Despacio vuelven a ocupar su lugar en el mosaico de la vida, todo vuelve a cobrar sentido.
Lamentablemente, demasiado tarde.



martes, 12 de junio de 2012

Miseria vital.

Gritar cuando el silencio es dueño de la calle. Romper la dictadura del susurro para con un requiebro de voz decir todo aquello que tu corazón calla. Aullar a la luna, aullar a las estrellas suplicando que iluminen la fría noche para poder ver más allá de las sombras. Aquella noche desgarre mi garganta, la vibración de mis cuerdas vocales alcanzó sus oídos, lo sé. Es imposible que no lo hicieran, pues esa noche hasta la luna se dignó en mirarme.

Cuando las sombras dominan el alma solo el odio puebla la mente. El ímpetu de mi corazón marcas las horas al son del deseo prohibido. La fantasía cobra fuerza en mi cabeza, difuminando la realidad en el lienzo de la vida. No recuerdo ya lo que significa la certeza, los recuerdos se diluyen en el eco de aquel grito.

Paso a paso tomo conciencia de que solo puedo asegurar mi locura. Solo puedo concretar mi mente perdida en un mar de imágenes y sensaciones. Acallo la voz de la razón, solo me produce dolor de cabeza. Hoy tomo mi deseo como realidad, mi locura como certeza de mi existencia. Hoy liberaré a la bestia para que desgarre las conexiones de mi cerebro que me sujetan al odio, al rencor. Hoy liberaré mi alma.

Las correas de la bestia restallan dentro de la jaula, los barrotes corroídos por el rencor y el miedo tiemblan, débiles, ante el empuje de la verdad, tiemblan ante los colmillos de la bestia. La puerta se abre y las garras de la bestia se estrellan en mi cerebro, rompen y destrozan cada palmo para dejar espacio a mi nuevo “yo”, rompen y destrozan cada fibra de mi ser mezquino para abrir el camino a la locura, a la verdad que encierra el caos.

El aullido de la bestia reverbera en la noche, la luna ilumina mis colmillos de los que pende, titubeante, una gota de sangre fresca.



domingo, 10 de junio de 2012

"Solo silencio."



Primero un grito, después un crujido,
primero un salto, después descenso,
primero viento, después silencio.

Los acordes de la locura
resuenan en el barranco.
Muerte y cemento
sobre el cadáver de la cordura.

Primero alegría, después impotencia,
primero destino, después vacío,
primero vida, después silencio.

Una hoja marchita cubre su sepultura,
un olmo herido acompaña su soledad,
tristes tonalidades pardas
tiñen su escritura.

Primero luz, después ceguera,
primero esencia, después nihilismo,
primero lucha, después silencio.

La vida llora a su alrededor,
la muerte honra su esplendor.
Es el monumento a la verdad,
es la lápida del suicida.

Primero caos, después tranquilidad,
primero rígida muleta, después fragilidad,
primero aire, después silencio.



domingo, 3 de junio de 2012

Vuelve




Respira, toma conciencia.
Aún vives, aún palpita.
Tu mente conserva su esencia,
tus venas aún bombean tinta.

Respira, abre los ojos.
Aún no te ha alcanzado.
Te alejas con andar de cojos,
te alejas renqueando de su lado.

Respira, vuelve a la luz.
Aún queda esperanza.
Deja de cargar con su cruz,
deja de sufrir por añoranza.

Respira, no te duermas.
Aún percibes su fuerza.
No permitas que te lleve a rastras,
no permitas que te venza.

Tranquilo mi niño,
no huyas de mi lado,
vuelve conmigo,
no huyas mi amado.

Respira, no escuches.
Aún te tientan sus palabras.
Olvídate de sus noches,
olvídate de sus curvas.

Respira, abandona la huida.
Aún me amas.
Vuelve entre mis sábanas,
vuelve a la vida.


sábado, 26 de mayo de 2012

Amor entre bastidores.


La trama se sucedía entre los susurros de dos personajes que al borde del escenario compartían su historia con el público. Sus miradas se perdían en un mar de quietud donde las palabras fluían suaves, efímeras, descargando su contenido y sumergiéndose de nuevo en las profundidades. Sus manos enlazadas coronaban su papel, unían sus diálogos formando un soliloquio.

Ambos actores brillaban como estrellas. Ella era preciosa, sobre sus hombros se deslizaba un vaporoso vestido de gasa que realzaba sus peligrosas curvas. Su voz era suave, solo un quedo susurro que obligaba al espectador a reclinarse sobre la butaca para poder escuchar sus melodiosas palabras. Él solo era una mera sombra frente a la grandeza de la actriz, pero su voz profunda y cavernosa hechizaba al público, entumeciendo sus corazones y llenando sus mentes con los acordes de su monólogo triste.

El telón se cerró, el primer acto había tocado a su fin. El teatro enmudeció bajo el estruendo del aplauso del público. Los dos actores sonrieron aliviados, ella se inclino levemente y posó un inocente beso sobre la mejilla del sorprendido actor, después se marchó a cambiarse nuevamente para el segundo acto.

EL actor se quedó sentado entre bastidores, murmurando las palabras del protagonista que hacia su aparición en escena para conquistar a la bella actriz con la que hace un mísero instante vivía un momento mágico. Ese era el papel que debería tener, no un mero segundo plano, merecía ser protagonista, solo él tenía derecho a conquistarla. Pero el teatro como el mundo es caprichoso, él solo era un actor secundario, aunque por suerte también era el desencadenante de la tragedia.

El segundo acto concluyó y el agradecimiento del público hizo tronar la sala con más fuerza incluso. Él se sentía mareado, la daga pesaba en su mano más de lo normal, el corazón le latía en las sienes, amenazando con hacer saltar su cabeza por los aires. El tercer acto comenzó, pasaron diez minutos, le llamaron a escena.
Salió tambaleándose como un borracho, con el pensamiento embotado por el dulce néctar de la venganza, de la traición. Levantó la daga y pronunció la sentencia final.

-¡Soy la dulce venganza del desamor! ¡El aliento putrefacto de la muerte!

El filo cayó sobre el desprevenido protagonista, ese no era el diálogo de la obra, se sentía desconcertado hasta que el frío abrazo de la muerte arrancó todas las dudas de su alma. El protagonista cayó.

La actriz gritó con horror al comprender que la daga no era de atrezo, que ante ella se había cometido el más vil de los crímenes, la venganza. Solo alcanzó a ver como el asesino cercenaba su propia garganta con una mueca maniática en el rostro, después se desmayó.

El telón cayó una última vez, empapando su tela de la sangre caliente, sellando el desenlace del drama.

domingo, 20 de mayo de 2012

Animal

¿Has oído hablar de mí? Yo soy aquel que te susurra en las noches de tempestad, soy el sonido del trueno, soy el impacto del rayo. Soy el destructor de moldes, la fuerza de la libertad. Soy la pesadilla que anida en tu cabeza, el suave resquemor que acuchilla tu mente y desgarra tu alma. Conozco todos los senderos que conducen al hombre, conozco trochas y caminos que conducen directamente a tu espíritu. Soy el destructor, el eterno dominio animal que te sujeta contra la pared, sosteniendo mi filo sobre tu garganta, alentado por el rumor de la sangre caliente circulando por tus venas.

¿Lo oyes? Es el sonido de tu corazón estallando en el pecho, es el sonido de mi tambor de guerra. Música primitiva que imbuye a mis pies del éxtasis frenético de la sangre. Mi boca busca tu cuello, mis garras anidan en tu pecho. Comienzas a conocerme, comienzas a beber del cáliz envenenado.

¿Lo sientes? Es tu propio cuerpo, responde a tus instintos, me obedece a mí. ¿Notas su fuerza, su ansia? Comienza a desbocar tus pensamientos, comienza a destruirte por dentro. Ya sabes quien soy, sabes que no existe escapatoria alguna, eres consciente de que estás perdido, de que ante ti solo queda una única senda. La senda del animal, de la oscuridad.

Soy tu pasión, soy el veneno que cabalga en tus venas, soy yo, somos nosotros.


martes, 15 de mayo de 2012

Capitalismo



Tierra pura envilecida,
brotes de tornillos y tuercas,
hierba amarilla corrompida,
por el odio, por el óxido.

Maquinas sin sentimiento,
hombres carentes de un sueño,
Horas de sol a la la espalda,
jornadas sin luz, sin alma.

Dios omnipotente,
corrupción en nuestra simiente,
dinero podrido en nuestras manos,
miles de cadáveres bajo nuestros brazos.

Demonio en la luz,
credo a marchitos ideales,
credo a su cruz,
oxidada por los males.

Somos esclavos, simples siervos,
del progreso, de sus lujos.
Vacua riqueza que encierra
la pérdida de nuestra conciencia.


jueves, 10 de mayo de 2012

Poesía


He encontrado un cuaderno cubierto por el polvo, en sus tapas se aprecia el estrago del tiempo, sus cubiertas llenas de polvo son el testigo. Sus hojas están cargadas de vida, cargadas de experiencia y sentimientos, pero algunas páginas están raídas. Es delicado y temo romperlo con cada movimiento de mis torpes dedos. Este es su comienzo:

Entre mis hojas hallarás consuelo,
entre mis páginas hallaras tormento.
Tu sangre es mi tinta
y sus curvas tu anhelo.

Lo leo con cuidado, acariciando su lomo curtido por las heridas de la batalla contra el paso de los años, me atrapa, no sé exactamente donde estoy y mi conciencia ha comenzado a desvanecerse. En mi mente las ideas brotan, mezcladas con imágenes oníricas surgidas de lo más profundo de mi alma.

Ahora sé que este libro no me pertenece, se que hace un par de horas no estaba en la estantería. Sé que el libro es mi llave, es el pasaje que me permitirá huir de la realidad para evadirme en la belleza de la locura.

Me siento sobre mi butaca preferida, el viaje que voy a comenzar solo posee estación de salida, el itinerario y su destino son un misterio. Paso la página y me zambulló totalmente entre un mar de letras, de metáforas y lirismo.

Así encontrarán mi cadáver, perdido entre páginas, flotando entre ideas pero con los pies y el pesado cuerpo aún recostados en mi butaca preferida, dedico el último vistazo a la realidad y desato el último cabo que me ata a ella.


martes, 8 de mayo de 2012

Aire viciado.


Soy abrigo de sueños
rajado por el desengaño,
ajado tras los años,
plagados de putas y de engaños.

Mas mi tela es fuerte,
aún abrigo de febreros sin pasión.
Aún resguardo de la muerte
que significa el no tenerte.

Mi susurro se perdió,
ahogado por los descosidos.
Silenciado por el hilo
que la aguja me anudó.

Mi boca gime silenciada,
las lágrimas brotan en la almohada.
Soy la figura entre pesadillas,
soy el temblor que aguarda el alba.

Soy la ropa del mendigo
que entre cartones tiembla.
Soy el calor de su ombligo,
soy la llama que aún alienta.

Soy esperanza fatua,
soy la poesía vacua,
el ardor que aún caldea
con el recuerdo de su cadera.

Soy el aire que alimenta
sus pulmones de miseria.
Soy el nudo en la garganta
que le ata a la pervivencia.

Soy poesía, soy pesimismo.
Soy hálito de porquería
que no entiende de cinismo.
Solo soy yo, esperanza en el abismo.

jueves, 3 de mayo de 2012

Sordera colectiva.


¿De qué sirve la voz cuándo se convierte en un mero susurro? ¿De qué sirven nuestros gritos si se pierden entre el ruido de micrófonos? No nos amordazan, simplemente elevan el volumen, ahogando nuestros lamentos con su ruido. Su control no requiere una población muda, su control ha extendido la epidemia de la sordera. ¿De qué sirve la verdad si nadie está interesado en ella? Nos imponen la auto-censura, dejamos de interesarnos por lo cierto, por lo correcto. Hemos asimilado sus ideas injustas de tal manera que logramos ver el negro en el blanco y el blanco en toda su mierda. Ya no nos interesa aquello que puede hacernos libres, solo prestamos oídos a las mentiras elaboradas por el poder, dulces mentiras que aceptamos. Aceptamos el engaño para no desmoronarnos al contemplar la verdad, que no es otra que la de una sociedad sembrada de podredumbre e injusticia.

Os doy la bienvenida a la sociedad del control, la sociedad del derrame mental.

Estamos atados por sus ideas, son tan eficaces que tienen la osadía de tentarnos con la llave de nuestras cadenas. Pero nosotros, fieles, obedientes y alienados nos conformamos con las ataduras, han extirpado los sueños de la mente. Nos ofrecen cultura y educación, es decir, el camino hacia la libertad. Mas lo rechazamos, nos conformamos con el sucedáneo de la “cultura de masas”. Insulsa, carente de un contenido real, es la droga encargada de embotar la mente, privándonos del derecho a nuestra libertad. ¿De qué sirve la cultura si el sistema la destruye y criminaliza?

Lee, piensa, lucha, triunfa.




lunes, 30 de abril de 2012

Las luces de París.



Se levantó con el martilleo de cien yunques y el tumultuoso vaivén de las luces de la noche de París aún revoloteando entre sus torpes pensamientos. La luz iluminó suavemente la estancia en la que se encontraba, junto a él, acaparando todas las sábanas agazapada como un felino se encontraba ella. Dormía plácidamente, con una sonrisa afilada perfilada en sus labios. El compás de su respiración marcaba las oscilaciones de las sábanas que tapaban su desnudez. Era el perfecto cuerpo del delito, entre las arrugas de la blanca tela sobresalía una pierna, tentadora y firme era el inicio del camino a la perdición.

Empezó a recordar, recuperó del torbellino de alcohol y humo que fue la noche anterior pequeños detalles. Se acordaba de la nota deslizada sigilosamente por debajo de la puerta de su hotel. Comenzó a recuperar el recuerdo de entre el torbellino de interrogantes. Se acordó de lo que figuraba en la nota, sin aclaración alguna y escrito con caligrafía perfecta se leía una dirección y una frase. La dirección resultó ser de un pequeño café escondido entre las callejuelas de París, la frase era una invitación a perderse entre la noche de la ciudad de las luces:
“Que parezca un accidente y no un crimen pasional.”

Acudió a la cita movido por una curiosidad ardiente, que convertía su cabeza en un hervidero de suposiciones e ideas descabelladas sobre lo que se iba a encontrar. Cuándo entró al pequeño café, todos sus planteamientos se derrumbaron. Frente a él hallo un local prácticamente vacío, en su interior solo se perfilaba la silueta de una mujer entre el humo, su perfume era como hierro candente, se imponía al olor de los cigarrillos y flotaba acompañado de las melancólicas notas de un piano que, ocultó en un rincón, creaba un atmósfera indescriptible. Se sentó junto a ella, titubeante, aún no comprendía lo que ocurría.

Inmediatamente un servicial camarero dejó en la mesa dos copas de algo que no llegaba a recordar. La conversación comenzó a fluir, enigmática, incesante y repleta de sensualidad le envolvió. La noche le persuadió de abandonar la consciencia para perderse en la pasión. Las copas, al igual que la conversación, fluyeron incesantemente, acompañadas por los acordes del piano y con el fondo de dos ojos castaños que invitaban a perderse. Sin que el alcohol hiciera mella alguna en ella, la noche avanzó, cediendo al embate de la Luna las calles de París se abandonaron a la soledad y la tristeza de la oscuridad. Fue entonces cuando ella le condujo a la parte de arriba del café.

A partir de ahora los recuerdos se hacían borrosos e inestables. Recordaba detalles asombrosos, pero no tenía una idea clara de lo que había sucedido. Recordaba la suavidad de la curvatura de su espalda, recordaba sus ardientes besos y los mordiscos salvajes que devoraban hasta el alma. Su mente estaba plagada de imágenes, le asaltaba el recuerdo de sus labios curvándose en forma de sonrisa cautivadora en el instante en que se separaba de él para tomar un breve respiro. La cabeza le comenzó a dar vueltas, perseguida por la cantidad ingente de alcohol y la sinuosidad de sus caderas. Era una completa locura.

Cerró los ojos, intentando aclarar sus pensamientos, ni si quiera recordaba su nombre. Un leve movimiento a su lado le sacó de sus cavilaciones, se giró y contempló dos penetrantes ojos castaños que le miraban, desperezándose.

La besó, sin pararse a pensar en lo que hacía, ya no era él, ya no poseía alma. Era un simple naufrago más, un naufrago en medio de las luces de París.

domingo, 22 de abril de 2012

Locura y soledad.


Huí del mundo buscando la felicidad, buscando esa chispa que me permitiera volver a encender los motores de mis alas. Buscaba algo, cualquier cosa, que pudiera servir como pedernal a mis ganas de vivir, buscaba la llama que permite al fénix resurgir de sus cenizas. Pero solo encontré lluvia, una eterna y desbordante lluvia.

Su repiqueteo en mis sienes abrió mi mente a la locura, poco a poco, desate los nudos que me ataban a la realidad y huí aún más lejos. Dejando atrás el universo huí al país donde la locura y la verdad son una. Allí amarré una última cuerda, tensa y firme me aferró al último recodo de vida. Arribé en el país de las maravillas.

Mas no encontré conejo alguno que me guiara en mi particular periplo hacia la verdad, pues ya no buscaba la felicidad. Cuando deje atrás el mundo y sus habitantes fui consciente de que viven en la mentira, y es bien sabido que para hallar la felicidad debes conocer y ser consciente, pues si vives en el engaño, tarde o temprano la realidad vuelve para despertarte con un profundo golpe de martillo y sin dar explicación alguna se va, dejándote sumido en una montaña de porqués. Así que decidí dejar de lado la felicidad momentáneamente, para entretenerme en encontrar la verdad en mitad del país de la locura.

El país de la locura es un lugar muy seco, no posee árboles ni fuentes, es una llanura yerma donde solo se encuentra la vieja y sabía soledad. La halle en mitad de la nada, fumando tranquilamente un cigarro infinito de olor amargo. Me acerque a ella, buscando la ayuda que tan desesperadamente necesitaba.
-¿Dónde puedo encontrar agua?, estoy sediento y temo que vaya a morir.
-No necesitas agua, al menos, no en el viaje que has emprendido.
Dicho esto, me ofreció el cigarro con un gesto enigmático y desapareció cuando las yemas de mis dedos entraron en contacto con el filtro ennegrecido por el humo de décadas. Me dejó solo, con un cigarrillo apagado entre los dedos y una sed de camello.

Pase dos días sin sol ni luna, esperando algo, sin saber el que. Hasta que la sed fue tan intensa que la sequedad de mi lengua anunciaba mi próxima muerte. Miraba el cigarro sin comprender, ¿cómo demonios lo iba a encender en mitad de la nada? La locura comenzó a adueñarse de mi mente, los recuerdos arreciaban en mi mente como la lejana lluvia que me condujo a este país, lo que hubiera dado en esos momentos por una gota de lluvia. Pero allí me encontraba yo, con un cigarrillo apagado en las manos y la cabeza dando vueltas en torno a un pasado que creía ya olvidado. Fue el instante crítico, el segundo antes de perder el poco conocimiento que me quedaba, cuando me lleve el ennegrecido filtro a los labios.

El humo tomo el control de mis pulmones, con su sabor amargo y corrosivo despertó mi mente, me levante renovado, la sed se había esfumado y en su lugar un ánimo incandescente empezaba a recorrer mi cuerpo. Había dominado mi cuerpo, ahora era el dueño del país de la locura y con la soledad regiría mis vastos dominios de nada hasta hallar la verdad.

Poco a poco me adentre en el desierto, perdiéndome en la locura. Comencé el camino hacia la verdad.

Aún sigo buscando, perdido en mitad de mi país solo soy una diminuta mota en la distancia, atascada en mitad de su viaje a la felicidad, atascada en una incansable búsqueda de la verdad que nunca habré de abandonar hasta que la muerte o el triunfo vengan a reclamarme.

miércoles, 11 de abril de 2012

LLamada a la lucha


Dame un sueño que yo levantaré una realidad, dame una bandera que ondear en mitad del campo de batalla y yo me mantendré firme hasta el último aliento, dame libertad y yo seguiré tus ordenes.

Ellos nos hablaron del progreso, ellos nos hablaron en discursos huecos, carentes de un significado real. Adornaron las verdades hasta transmutarlas en mentira. Saluda pueblo, pues eres la audiencia de su espectáculo, eres el público de los malabares de la historia. Te encuentras cómodo en tu sillón de cadenas, mientras en el foso de la orquesta, millones de voces hambrientas elevan sus súplicas en un eco infernal. Eres obediente y condescendiente, eres el espectador sordo, mudo y ciego que aplaude hasta llagar sus manos cuando su maquinaria comienza a vibrar, extasiada por el combustible del dinero y la mentira.

¿Te extraña oír mi voz? Soy la pesadilla que se introduce en tu letargo, soy la pesadilla que sueña con hacerte despertar en medio de un grito desgarrador, soy aquel que sueña con que puedas ver la realidad. Soy el superviviente a Matrix, la resistencia frente a su manipulación, soy esa mente a la que tildan de loco por contemplar el sol desde el escenario. Soy el actor destinado a desencadenar la catarsis, la bomba a punto de estallar que reventará vuestros tímpanos permitiéndoos oír, aquella bomba que quemará vuestros parpados permitiéndoos ver. Soy la deflagración que abrasara vuestra garganta para que podáis gritar.

No soy vuestro salvador, no soy vuestro mesías, solo soy vuestro camarada en la lucha. La pregunta es ¿querréis acompañarme?

martes, 10 de abril de 2012

Sed de lágrimas


¿ Cuánto vale una sonrisa? ¿Cuál es el precio de una calada de felicidad? Quizás se pague con una derrota, quizás el mundo no regale nada y esa curva que decora tus labios con sus alegres contornos sea el coste de futuras lágrimas.

Lágrimas que han convertido el lago donde descansa tu espíritu en un barrizal salobre donde no hay peces de colores nadando, donde el sol es perezoso y duerme eternamente. Un lugar de sombras y temores, pesadillas escondidas e inseguridad. Un presente sin futuro donde los brotes crecen enfermizos y moribundos.

Tu mirada te delata, has probado la ponzoña del lago, vives en una agonía constante, jadeo tras jadeo te aferras a la vida como un cadáver enganchado al pretil de un río. Te niegas a dejarte arrastrar, pero por tus brazos circula el veneno de la tristeza, corrompiendo tus venas con su gélido aliento de muerte, entumeciendo tus músculos con su nana traidora. Eres un niño perdido en el bosque, sin una madre que te acune entre sus brazos, solo cuentas con el arrullo del viento entre las ramas, el crujido de hojas y el susurro de pasos animales acercándose. Tienes miedo, lo sé, sientes el pavor de la pena, el sufrimiento de la soledad inevitable. Estas solo y no encuentras ningún amigo que te reconforte con las llamas del hogar y una conversación intrascendente. Otro alma con la que aliviar la carga de tu soledad.

Pero yo aliviare tu carga, te contare el secreto del universo, te entregare la llave de la felicidad y descorreré la cortina de tinieblas para levantar a tu perezoso sol, beberé el lago de lágrimas que se formó y compartiré mi sed contigo, mi sed de amistad. Déjame probar tu veneno y yo te entregaré mi alma.

El universo está formado por el frágil equilibrio entre sonrisas y lágrimas. ¿No crees que es hora de cobrar todas tus lágrimas?

lunes, 2 de abril de 2012

Cordero con alma de lobo (fragmento)

...



-Pues muéstrame el camino hacia el poder, librame de mis vestiduras de cordero para llegar a lobo como tú.

El lobo sonrío satisfecho ante mi planteamiento, asintiendo lentamente elevó de nuevo su tono ronco y profundo para abrir mi mente.

-El poder es conocimiento, solo la mente te abrirá los caminos del mundo. El camino de la sangre solo conduce la locura del alma, es el saber el que te dará poder para ser libre, el que te librará de tus cadenas.

-Pero solo los hombres poseen conocimiento, solo ellos tienen el poder. Y lo utilizan en sus maquinas y herramientas, el hombre es el que posee el poder. ¿Cómo arrebatárselo?

-Oveja estúpida, los hombres no saben nada. Los hombres cargan a su espalda las mismas cadenas que cuelgan de tu cuello. Los hombres no entienden el mundo, se limitan a entender sus pasiones y solo trabajan en favor de sus intereses. Los hombres solo logran dominarse los unos a los otros, los hombres son analfabetos. Si quieres dominar el mundo debes conocerte a ti y al universo.

...

sábado, 31 de marzo de 2012

Sensaciones

Describir una sensación es algo tan complicado como vivir, a todos nos hablan de los pasos a seguir para escribir, de las maneras de vivir y la forma de afrontar los problemas, pero a la hora de la verdad estamos en blanco, canalizamos nuestras sensaciones a través de las manos esbozando el trazo de unas líneas cargadas de la propia vida. Porque las sensaciones son la vida, sentir es vivir Y es por eso por lo que nuestra vida se convierte en un folio en blanco, una lámina donde nuestros actos fluyen como tinta, creando las líneas de nuestro pasado, fluyen creando ríos de recuerdos donde flotan las sensaciones, donde flota nuestra verdadera vida.

Somos nuestro pasado, nuestros actos y sus consecuencias, pero no limitamos nuestra esencia vital a tiempos pretéritos, sino que somos el presente, somos el aire que entra en nuestros pulmones proporcionándonos el hálito que nos condena al futuro. Pues el presente es una gota que cuelga en el margen del rió, una gota normalmente aferrada al pasado y que tarde o temprano caerá, caerá regando la semilla del futuro. La semilla de ese árbol que formará el bosque del futuro incierto, bosque en tinieblas donde buscamos incansablemente la luz.


viernes, 16 de marzo de 2012

Sonrisa de arlequín.

La noche era ya una realidad, la rápida sucesión de tonalidades anaranjadas había abandonado la bóveda celeste sin dejar rastro. Efímero como un suspiro, el atardecer dio paso a la noche.

El joven seguía sentado en el mismo lugar, inamovible. Permanecía absorto en el breve destello que momentáneamente aparecía entre sus dedos. Movía los dedos rápidamente, haciendo bailar a la moneda entre ellos, convirtiéndola en una estrella fugaz que desaparecía entre sus yemas para deslumbrar de nuevo a algún curioso apareciendo en la otra mano. La gente miraba durante unos instantes y desaparecía de nuevo, perdiéndose entre las calles de la vieja ciudad. Ocupados en sus propios asuntos, ajenos a cualquier cosa fuera de su alcance, ajenos a sueños y lejanas aventuras que nunca vivirían.

El joven era consciente de todo lo que ocurría a su alrededor. Veía pasar mujeres cargadas de primavera que desprendían felicidad mientras buscaban con la mirada una desafortunada victima que enredar entre sus encantos. Veía ancianos de ojos cansados que caminaban sin rumbo, esperando a que la campana retumbe y su hora en este mundo llegue a su fin. También vio pasar hombres de hombros anchos pero espaldas arqueadas. Con ojos hundidos cargaban en su cerviz el peso de la responsabilidad y de miles de sueños rotos.

Aquella tarde el joven vio pasar miles de almas, miles de posibilidades de mundos, miles de sueños y una sola mirada que le cautivó. Una joven de ojos tristes. Caminaba acompañada de un niño, un niño inocente que aún soñaba con aventuras y viajes a la Luna. Pero la muchacha no era feliz, caminaba con la mirada apagada, con dos faroles oscuros por ojos, faroles sin luz ni calor que robaban el alma a los incautos que los miraban. Era una mujer sin sueños, pero con el firme propósito de seguir viviendo.

El joven quedó muy impresionado y durante un par de segundos la moneda paró de girar entre sus nudillos.
-¿Por qué sigue caminando? Murmuró para si mismo.
Suspiró y siguió con la diabólica danza de la moneda. Mientras esta desaparecía por un momento en su puño, la mujer desapareció entre el gentío.

La noche avanzó, cerrando filas tras el joven, la luz de las farolas confería a la moneda un brillo anaranjado. Dándole el aspecto de un ocaso eterno, condenado a repetirse en el tiempo segundo tras segundo. El joven seguía absorto en sus pensamientos, absorto en su mundo, un mundo de pesadillas y dudas donde solo conservaba la certeza de su existencia. Lentamente levantó la vista y cerró fuertemente el puño entorno a los desgastados cantos de la moneda. Saludó a la Luna con una inclinación de cabeza y lanzó la moneda al aire.

Revoloteando surcó el cielo nocturno, acariciada por una suave brisa que había comenzado a soplar. Cayó al suelo con un golpe seco, no hubo tintineo. La luna la iluminó, mostrando la sonriente cara de un arlequín enfocando directamente al joven con sus brillantes ojos color plata.
El joven sonrió tristemente y sacando el revólver de su bolsillo disparó, cayó al suelo con una sonrisa más radiante que el arlequín. Cayó con un ruido sordo mientras una inesperada ráfaga de viento barría los ecos del disparo en todas las direcciones.

En ese mismo instante, en una casa no muy alejada la mujer arropaba al niño, cantándole una vieja nana, sonriéndole mientras de su garganta brotaba la suave melodía.

“Duerme que la Luna acuna,
duerme que la muerte asoma.”


domingo, 11 de marzo de 2012

Tren a ningún lugar.

Estaba a punto de coger el tren y huir. Esfumándome definitivamente de esta ciudad cargada de recuerdos y pesadillas. Caminaba deprisa, rodeado por las tenues sombras de incipiente anochecer. Buscando refugio en un tren mientras el sol lo hacía tras el horizonte. Subí al viejo vagón del primer expreso en el que conseguí billete, dirigido a algún lugar de Francia, a algún lugar sin nombre donde el viento no tarareara esa melodía melodramática que me tortura día y noche.

El vagón solo estaba iluminado por las débiles luces que salían de un par de compartimentos. Era un tren antiguo, uno de esos que van cargados de viajeros y misterio. Un tren cuyas paredes han sido testigos mudos de miles de encuentros fugaces en mitad de un viaje hacia el fin del mundo. Abrí la puerta del primer compartimento vacío que encontré, las cortinas estaban echadas, impidiendo a la Luna espiar lo que ocurría en su interior. Tanteé en busca de un interruptor durante un par de minutos, tras mi intento fallido decidí descorrer las cortinas y permitir que la suave luz lunar iluminara la pequeña estancia.

Me senté y saque de mi bolsillo el viejo libro de poesía que había salvado de la jaula de olvido que era aquel cajón de mi antiguo apartamento. Bajo la luz plateada sus rebordes ocres resplandecían como gotas de sangre. Embelesado comencé la lectura de esas páginas que tan bien conocía. Absorto en las palabras de un viejo escritor cuyo nombre ya se había olvidado no oí como la puerta se abría a mi lado.

-Hola, dijo una dulce voz, una voz cuyo timbre yo conocía muy bien.
Una voz causante de mi precipitada huida hacia un destino incierto. Levante la vista y sus ojos no hicieron más que confirmar mis temores. Sonrió y perdí los pocos trazos de voluntad que conservaba mi mente.

-¿Qué haces aquí? Me preguntó su sinuosa silueta recortada en el marco de la puerta.

-Ehh… no puedo… no sé. Aún me estaba recuperando de la impresión y el olor de su perfume solo consiguió terminar de desmoronar mis resquebrajadas defensas.

-¿No me lo quieres decir? Su tono era juguetón, disfrutaba viéndome totalmente acorralado, desnudo e indefenso antes sus encantos.

-No quería verte… Admití con una sonrisa triste.

-¿Quieres que me vaya? La sonrisa desapareció de sus labios y su tono cambió bruscamente.

-No, no por favor, ya no hay nada que hacer. No quería verte porque sé que entonces caería en tu tentación.

Lentamente se acercó a mí. El olor se intensificó y dio vida a la sangre que recorría mi cuerpo. Mi interior rebulló inquieto ante la cercanía de su contacto, ya no había marcha atrás El tren comenzó a deslizarse sobre las vías y en mi pequeño mundo comenzó una carrera contra el tiempo, una carrera cuyo recorrido era su cuerpo. Una carrera que concluía con la pérdida de mi alma. Las horas pasaron fugaces, quemándose como el papel de un cigarro, ardiendo durante unos instantes para caer al suelo convertidas en cenizas.

Desperté con el sonido de la campana del tren y descubrí que en el compartimento no había nadie. Estaba solo, de nuevo. Solo pude encontrar un pequeño sobre que olía a ella. En su interior había un billete de retorno a Barcelona, a la ciudad de la sombra y los recuerdos.

Cogí el billete, firmando la venta de mi alma con el mismísimo demonio.

domingo, 4 de marzo de 2012

Cartas desde el infierno.

¿Qué se siente cuando se abren las puertas del infierno ante ti? ¿Temor, reverencia o simple curiosidad? Mi mente solo ha logrado atisbar una fracción de la débil luz de los fuegos abismales, una pequeña luminosidad anaranjada que ha abrasado mi alma y purgado la mayoría de los dogmas que pueblan mi mente.

Mis pensamientos comienzan a alejarse de las rutas iluminadas por la luz artificial, para sumergirse en otras que apenas son rozadas por un par de rayos desprendidos del diabólico vestido de la Luna. Engatusan a los incautos, sacudiéndoles de su sopor para mostrarles la horrible verdad de un mundo cimentado en el cadáver de la historia. Un cadáver desfigurado y pintado como una dama de burdel. Un cadáver profanado para prostituirle favor del fanatismo. Siempre en manos de verdaderos artistas del pensamiento. Malabaristas de pasiones que instigan odio, fervor y terror en favor de sus intereses.

Estos artistas no son más que díscolos aprendices del diablo, agentes introducidos en nuestro mundo bajo la apariencia de colosos, secuaces sin saberlo del mayor enemigo de la humanidad que bajo el disfraz del dinero maneja los hilos de este gran teatro de marionetas al que llamamos mundo.
Es la sombra que se esconde tras la deslumbrante luz de Iglesias y religiones, luz que no ilumina, luz que ciega. Camina entre nosotros, transformando valores, convirtiendo lo obsceno en cotidiano, convirtiendo la perversión en ley de vida. Dinamita nuestra ya resquebrajada moral, conduciéndonos sin remedio a un abismo donde nuestra ceguera será blanca, donde lo que nos cegará será la luz que nos impide ver la sombra. La luz de nuestro pecado, del pecado humano.

Pero yo me adentro en ese camino, me introduzco poco a poco en la sombra, sin llegar a rodearme de ella, no sé cuanto aguantaré indemne, la gente comienza a llamarme demonio. Yo prefiero seguir pensando que solo soy un revolucionario cargado de sueños.

lunes, 27 de febrero de 2012

Ayer soñé.

Ayer oí un gemido en mi cabeza, la agonía me inundo y volví a oír el susurro del viento entre las hebras de su pelo, volví a esnifar su fragancia en el viento, calmando la ansiedad que la ausencia de su piel me deja.
Ayer sentí como las yemas de mis dedos se volvían incandescentes, como cuando iniciaba el viaje sin retorno hacía sus muslos, como cuando mi cabeza se caldeaba entre la suavidad de sus curvas.
Ayer volví a perder la consciencia y el alma, dando tumbos como un borracho entre sus sinuosas caderas.


Ayer volví a convertirme en el adicto que era, por unas horas me demostré a mi mismo que ella fue la droga que más marca me dejó, descubrí que la dependencia de mi mente era incurable y lo único que conservo en mi poder son unas pocas jeringuillas. Cargadas de recuerdos que contienen más dolor que placer. Aguijonazos de sueños que inyecto en mis venas tiñendo mi sangre con el color de sus ojos. Para perderme por unos instantes entre la calidez de su abrazo, entre la caricia de sus besos. Antes de despertar de nuevo para enfrentarme a la realidad.
Ayer soñé con ella, pero al despertar la cama seguía estando fría y vacía.

sábado, 25 de febrero de 2012

Chimeneas ennegrecidas.

El silbato suena, despertándome de mi sopor, accionando el mecanismo de mi cerebro. Comienzo a funcionar, como cada mañana me visto, me coloco el mono gris, manchado de hollín y ceniza de las fábricas. Paso los brazos por la camisa de fuerza, y dejo que el brazo mecánico de la pared abroche las correas.
Salgo a la calle tambaleándome por la falta de equilibro, me subo al primer tren que para frente a mí y dejo que las pantallas de las paredes vacíen mi mente de pensamientos, mientras proyectan insulsas parodias de hombres parloteando constantemente, atontando cerebros con su cháchara infernal.
El chirrido penetra en mi conciencia, bajo del tren ya parado y contemplo las chimeneas de las fábricas, escupiendo llagas humeantes a un cielo gris que las recibe con un abrazo de tinieblas, el sol no brilla hoy. Me encamino presuroso a mi puesto, al entrar un funcionario retira la camisa de fuerza y instala en mis manos el peso de las cadenas.
Las horas pasan lentamente, acompasadas con la cadencia de martillos y maquinaria, encajo pieza tras pieza mecánicamente, mientras sueño con los verdes paisajes del libro para niños que escondo en el armario de mi pequeña habitación. Tras doce horas suena la campana y miles de pies se encaminan a la salida, miles de pies como los míos que caminan arrastrando cada pisada, sin ánimo, sin esperanza.
A la salida nos colocan la camisa de nuevo, recordándonos que disfrutemos con precaución de los cinco gramos de sueños que se encuentran en sus bolsillos. Cinco gramos por los que somos esclavos, por los que vendemos nuestra alma y nuestras mentes al sistema.
Un tren me lleva de nuevo al edificio de apartamentos, me refugio entre las cuatro paredes de mi habitación, donde aún soy alguien. Sentado frente a la mesa esnifo mi dosis, mi mente vuela lejos, olvidándose de la realidad para flotar entre nubes. Para sentarse y observar plácidamente una puesta de sol. Durante media hora soy libre. Pero el efecto pasa y vuelvo a la realidad.
El gris del cielo se convierte en negro y me encamino a la cama, me duermo, soñando con la dosis del día siguiente, soñando con un amanecer que nunca llega.

lunes, 20 de febrero de 2012

Bienvenidos al país de la locura

Bienvenidos al país de la locura, donde la moneda con la que se paga son los sueños, el lugar donde las pesadillas cabalgan libres, instaurando su dictadura.
Hace diecisiete años que llegue a este lugar. El territorio de la ironía y el sarcasmo, valle sombrío, regado por ríos de lágrimas que se deslizan desde altas cumbres donde la tormenta es perpetua, para llegar al océano. Fin último de todas las empresas, destino incierto y solución final.
Camino lentamente por el sendero, rodeado de miedo, con la oscuridad siempre pisándome los talones y miles de dudas que asaltan mi mente a punta de navaja, vaciándola del poco valor que alberga. Serpenteante, el sendero recorre valles, praderas y altas cumbres en las que imprime su huella, recorriendo laderas con su suave deslizar. Recorre el país acercándome a su centro, acercándome lentamente hacia el lugar donde dejar que mis huesos cansados sean arrastrados por la corriente del primer río que decida abrazarme con sus gélidas aguas. Un río que consiga que mis pensamientos vuelvan a fluir, despertándome de mi letargo, un río que me haga disfrutar del viaje hasta el océano.
En mi búsqueda encuentro pocos viajeros, los caminos están prácticamente vacíos, solamente salpicados por algún alma perdida en su deambular. Esos viajeros son los únicos que conservan el calor, esa chispa que puede encender la llama destinada a caldear el país, destinada a quemar las cuerdas que amarran nuestras alas para sí poder volar. Volar sin más ley que la libertad y con la bolsa llena de sueños.
Mientras tanto sigo viajando, trabando conversaciones efímeras que se pierden entre el susurro del viento. Disfrutando de las noches y huyendo de los días que me devuelven a una incierta realidad donde nada es lo que parece.
Sigo caminando, rumbo a la locura.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Al borde de la página

Me siento en el borde de la página, junto a la esquina inferior derecha, con los pies colgando, me asomo al mundo que existe más allá de mi historia. Contemplo la pluma caída de la que aún cuelga una gota de tinta fresca, como una perla negra brillante y misteriosa, suspendida, parada en el instante que se me ha concedido para contemplar el mundo.
En mi mente resuenan las últimas palabras escritas en la página, relucientes y húmedas resplandecen a mi espalda. Son las palabras que me animaron a salir, que me imbuyeron del valor que le faltaba a mi alma.
“Soy coleccionista de realidades, realidades que transformo en sueños con el trazo de mi mano”
Es la última frase de mi libro, pronunciada por mí, el protagonista, el centro de este pequeño universo de papel y tinta. Porque yo soy un personaje de novela con delirios de grandeza, condenado a ser más que imaginación, pero menos que realidad. No soy nada, pero a la vez lo soy todo. Tengo alma y de algún modo tengo vida, soy la más imperfecta creación literaria, pero a la vez la más humana.
Se me dio la capacidad de ser consciente de mi existencia y con ello se me dotó de sueños y anhelos, más concretamente de un sueño. Un deseo que el universo ha cumplido, me ha permitido asomarme por el borde de mi libro, a la realidad, a ese mundo del que ha surgido mi historia.
Le dedico un último vistazo a la luna, que con su pálida luz ilumina la cara de mi creador. Y me zambullo de nuevo en el mar de letras que es mi hogar.
El mundo vuelve a cobrar vida, el escritor sacude la cabeza, como despertando de un sueño, borrando la sonrisa de aquel enigmático personaje que se da la vuelta y desaparece entre las páginas de su libro.
-Imaginaciones mías. Murmura mientras desaparece por el pasillo en busca de un café que despeje su mente.

lunes, 13 de febrero de 2012

2 A.M

Me levanto temblando, el reloj marca las dos, las pesadillas han vuelto. La realidad se esfuma, se difumina entre mis temores, metamorfoseándose en fantasmas que recorren mi habitación. Gimiendo, agitan sus cadenas de recuerdos. Cadenas oxidadas que son el esqueleto de un pasado mejor, cadáver putrefacto de un final ya anunciado.
Sudoroso me encamino al baño, abro el grifo y dejo que la cadencia del agua resbalando por mi cabeza me devuelva a la realidad, o al menos a ese estado de vigilia en el que aún sigo siendo el dueño de mi mente. Los fantasmas desaparecen, se esconcen en los recovecos de mi alma remendada. En la cual varias puntadas sueltas amenazan con desgarrar el tejido de mi esencia, amenazan con llevarme de nuevo a la locura.
Con el cabello goteando me encamino a la cocina, la nevera vacía me recuerda que se fue, abro el armario de la derecha, alcanzo un bote y lo huelo. El olor me trae recuerdos de otra época en la que me acompañaba, ahora he dejado de ser su amigo para convertirme en su esclavo. Despacio lío un canuto, lentamente, casi acariciándole, lo preparo y me siento frente a la ventana a mirar la luna.
La muy puta está ahí, sonriendo como cada noche, vestida en su desnudez con ropajes de plata, resplandeciente me mira con lástima. Enciendo el canuto y abandono mi vigila, entre calada y calada. Aire viciado colándose por mi garganta. Reptando a mi cerebro, cercenando conexiones, alejándome de la absurda realidad.
Abandonado, mi cuerpo se dirige a la habitación, con la consciencia dormida me rindo a la noche, al manto de la oscuridad que me arropa suavemente, librándome de sueños, librándome de pesadillas.
Son las tres de la mañana, mi cuerpo yace inconsciente en la cama.

domingo, 12 de febrero de 2012

Lo esencial es invisible a la vista.

La marea humana le rodeaba, pasaba a su lado, golpeándole constantemente, ajenos a su presencia. Únicamente preocupados por sus vidas, vidas de las cuales se creían amos y señores, creyendo tener todo bajo control. Ignorantes ante la mano férrea que controla sus cadenas y les hace bailar al son de la música.
Él caminaba sin cadena, libre, caminaba sin rumbo, moviendo sus pies al ritmo de otra melodía. Una melodía caótica y alegre, que animaba a saltar siguiendo el ritmo, una melodía marcada por los latidos de su corazón. Un corazón viejo que aún mantenía la llama de la juventud. Que rebotaba en el pecho, protestando por estar enjaulado, desando salir a la luz y conocer el mundo. Un corazón iluso e inocente, que no sabía que la luz era la mentira, era una luz artificial, creada por medio de un crisol de engaños. Modificada para que se amolde a la realidad que desean los de arriba. Era un corazón de niño, uno de esos corazones que aún no saben que la verdad se encuentra entre tinieblas.
La música vibraba en todo su ser, pero tenía demasiados años, demasiados errores cargados a la espalda y unas botas repletas del fango de la vida, que le hacían caminar con lentitud. Una lentitud que su mente aprovechaba para deleitarse con todos los sonidos que penetraban en sus oídos, analizándolos cuidadosamente, creando una imagen mental del mundo que sus ojos ya no podían ver, una imagen cargada de verdad y libre de cualquier influjo externo.
Se paró en seco, algo llamó su atención, el llanto de un chico.
Se acercó lentamente hacia él, escuchando cuidadosamente los melancólicos acordes que se propagaban desde su garganta. Oyó como las lágrimas repiqueteaban en el suelo, siendo absorbidas inmediatamente por la tierra reseca, perdiéndose entre las raíces del mundo.
No había duda, era un llanto sincero, no era por puro egoísmo, el joven era el candidato ideal. Se plantó frente a él y posándole la mano en el hombro le dijo:
-La oscuridad más insondable oculta el verdadero mensaje de la vida.
Y todo desapareció para el joven, el banco del parque donde estaba sentado, el extraño viejo que le había hablado, incluso el frío sol e invierno que iluminaba todo con su palidez. Ante él solo se extendía la oscuridad más profunda.

viernes, 10 de febrero de 2012

Efímera poesía


En el centro del salón una figura embozada se recortaba en la penumbra, sentada en una pequeña banqueta deslizaba sus manos por las teclas de un viejo piano ennegrecido por el fuego. Acariciaba cada lámina con manos delicadas y amorosas. Era la representación perfecta de su alma, astillado, quemado e inservible. El piano permanecía vetusto, alzando su silueta entre las sombras de la sala, iluminada suavemente por la luz del atardecer. El sol se recortaba en la distancia, desapareciendo entre las montañas nevadas, desapareciendo de la faz de la Tierra para dar paso a la oscuridad. Lentamente deslizaba sus apéndices luminosos por la fachada, devolviéndole su antiguo esplendor por unos minutos.
EL hombre alzó su cabeza y se retiró la capucha, dejando al descubierto un rostro arrasado por las llamas en el que solo se distinguían dos profundos ojos negros. Que observaban atentos como los últimos cristales adheridos al marco de la ventana presentaban batalla al paso del tiempo. Como reflejaban la luz solar mientras esta atravesaba la fachada y penetraba en la sala a través de los restos de la antigua ventana, mientras contemplaba esto. Flexiono los dedos.
Durante un par de minutos la sala volvió a vibrar, las paredes se llenaron de notas, entremezcladas con armónicos que recorrían la sala haciendo bailar al polvo. Escalas sucesivas creaban imágenes oníricas, proyectadas frente al piano. La música devolvió a la vida un tiempo pasado, en el que todo tenía sentido, por unos instantes el hombre volvió a la vida por completo, fundiendo su esencia con el sonido. Plasmando su alma en cada vibración, en cada pulsación.
El sol desapareció entre las montañas, sumiendo la sala en tinieblas, dejando de nuevo un piano ennegrecido e inútil que evocaba la imagen de una época mejor. Sobre la banqueta, como única huella de la presencia del hombre descansaba una nota, un papel medio quemado en el que se leía.
“Te esperaré en mi castillo en las nubes”.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Rayo lunar

El niño contemplaba la puesta de sol ensimismado, ajeno al bullicio de la casa, permanecía quieto. Mirando por el cristal como el sol capitulaba y arrastrando lentamente los últimos haces de luz dejaba paso a la noche, el cielo mudo sus colores, pasando del dorado atardecer al celeste de una noche gobernada por la Luna.
Una Luna que se alzaba altiva e inalcanzable, bañándolo todo con su reflejo divino, inundado el lugar de magia. Poco a poco la superficie del lago que se alcanzaba a ver desde la posición del niño adquirió un matiz sobrenatural. El agua oscura mudo su forma transformando el lago en el espejo donde la luna contemplaba su propia belleza.
Lentamente el niño quedo dormido, hechizado por la magia del paisaje que se presentaba ante sus ojos, rendido a la belleza de la luna. Su padre entró en la habitación y cogiéndole con cuidado en brazos le tumbó en la cama, arropándole suavemente con vaporosas sábanas, dejó al niño solo, soñando.
Despertó de golpe, con la sensación de que alguien le observaba, asustado miró a su alrededor, buscando la fuente de su desasosiego. Una cara atrapo sus ojos, un niño como él se asomaba por la ventana, sonriéndole. Con un gesto pícaro le invitó a que le siguiera. Su cara poseía brillo propio, resplandecía con fulgores plateados que inundaban la estancia de luz y calor. El niño aún titubeando se vistió y le siguió, descolgándose por el árbol que crecía junto a su ventana.
-¡Espera!, le gritó, intentando detener a su extraño visitante, que corría hacia el lago. Sin pensar en lo que hacía, le siguió, corrió detrás persiguiéndole, sintiendo el contacto con la hierba en sus pies. La sonrisa afloró en sus labios, estaba húmeda y le hacía cosquillas, pero no detuvo su carrera. Le alcanzó en la orilla, jadeante, se sentó a su lado. Juntos, contemplaron la pulimentada superficie del lago, embrujadora atrapó sus miradas y les retuvo toda la noche allí, sentados frente a la orilla.
Solo la voz del otro niño rompió el silencio sobrenatural de la noche.
-Sigue soñando.
El amanecer sorprendió al niño en su habitación, los juguetones rayos del sol se colaron entres sus párpados, rompiendo el mágico momento del sueño. El joven de cara resplandeciente había desaparecido sin dejar rastro.
Se levantó y pasando ante sus silla de ruedas, bajo caminando a la cocina, donde sus padres contemplaron atónitos como un niño sonriente les miraba, de pie, libre del esqueleto metálico que había cercenado su alas una mañana de enero, cuando el coche en el que viajaba se salió de la cazada.

lunes, 6 de febrero de 2012

Universo de casualidades

La luna iluminó el copo de nieve que en caída libre se dirigía hacia el suelo, bruñido en plata por la luz lunar revoloteaba en las corrientes de aire, trazando tirabuzones y giros imposibles descendía a trompicones. Sin prisa, disfrutando de los breves instantes que duraba su danza con el viento cayó, cayó sobre la cabeza del chico que en mitad de la plaza, perdido entre la marea de gente, miraba al infinito con aire ausente.
Sus ojos se dirigían hacía la alta y vetusta torre, que bordeaba la plaza a su derecha, sobre ella y en brillantes luces de neón un cartel rompía la armonía del edificio. Miraba al pequeño gato negro que ronroneando rebullía a gusto pegado al calor de una letra “A”. La chispa saltó del viejo fluorescente, que si bien no poseía la antigüedad de la torre , tenía en su haber cientos de días con sus respectivas noches, cientos de días llenos con el bullicio y el trasegar de la gente y cientos de noches compitiendo con la luna, alumbrando la vida de los habitantes de la ciudad que preferían la vida bohemia de la noche. La chispa quemó la cola del pequeño gato negro, que asustado ante el repentino calor maulló lanzando al aire un armónico desafinado.
El pequeño gorrión asustado levanto el vuelo, batiendo sus pequeñas alas se enfrento al viento helado cargado de nieve que había comenzado a formar un manto blanco en las calles de la ciudad, voló entre corrientes que le empujaron hacía el balcón de una casa blanca situada en el extremo opuesto de la plaza. Posándose en la negra barra del balcón miró al hombre que allí se encontraba.


Apuraba un cigarrillo, mientras contemplaba el discurrir de la gente difuminado por el humo y el vaho de su respiración, miraba ensimismado la multitud de personas que recorrían la plaza dirigiéndose hacia sus hogares para resguardarse del frío y la nieve, ocupado en sus propios pensamientos sacudió la ceniza de su cigarro en la barandilla del balcón.
La ceniza voló, arrastrada por el viento que cobraba fuerza con el paso de los latidos, perdiendo consistencia se disolvió en la noche, quedando una última partícula, una partícula que por casualidad se poso en el gorro de la chica que a varios metros del centro de la plaza miraba a un joven que a su vez contemplaba con gesto ausente un cartel de neón. La chica suspiró y se fue murmurando dos palabras que se perdieron entre el murmullo de la gente.

viernes, 3 de febrero de 2012

La historia de las almas perdidas

Miguel vivía en un pequeño ático de Madrid, convertido en su hogar tras abandonar su anterior vida, un pequeño desván de algo menos de cincuenta metros cuadrados, allí había pasado los mejores y los peores momentos de su vida, en ese lugar descubrió su vocación, en ese destartalado ático ubicado en un barrio obrero de Madrid descubrió su pasión por las letras, todo esto entre los brazos de ella, la mujer que le enseño a vivir, que le demostró que la vida merecía la pena ser vivida, que desperdiciar el tiempo es de imbéciles.
Las paredes estaban llenas de libros, en su mayoría de autores a los que solo conocían unos pocos, en su mayor parte ni si quiera eran ediciones publicadas, eran manuscritos que jamás llegarían a ver la luz. Miguel tenía un secreto, un terrible secreto que le devoraba por dentro, que carcomía su alma y la reducía a un mísero cascarón, Miguel había perdido su talento, era incapaz de escribir una línea, las plumas se transformaban en objetos inútiles en sus manos, era una fuerza superior a él, absorbía todo pensamiento y le impedía plasmar en el papel lo que tenía cincelado en su mente, era un escritor que no sabía escribir.
Pero lo mejor será comenzar por el principio, desde pequeño siempre había tenido problemas en casa, sus padres no llegaron a comprender a ese extraño que convivía con ellos y tenía el corazón lleno de resentimiento hacía una vida que hasta el momento solo le había producido desgracia, por eso un día tras una discusión particularmente dura, Miguel se fue. Con diecisiete años y los bolsillos vacíos tuvo que buscarse la vida en un Madrid que le mostro lo que era la verdadera crueldad. Paso varios años en la calle, malviviendo de la caridad de la gente y rebuscando en la basura para poder comer algo, se acostaba entre cartones con la única compañía del sonido de las ratas chapoteando en los charcos.
Pasaba la mayor parte de su tiempo en un puente del Manzanares, que como él, tenía el aspecto de aquel al que el destino ha elegido como cabeza de turco. Pensando en lo que pasaría si un día saltaba , pensando a quién le importaría o si cambiaria algo en el corrupto mundo que le rodeaba.


Un catorce de enero particularmente frío se encontraba allí, mirando a las turbias aguas que fluían bajo sus pies y pensando en lo mismo de siempre, cuando apreció ella, andando lentamente se le acercó y le susurró al oído:
-A mi me importaría, su sonrisa trasmitía una calidez que hizo que Miguel sintiera algo extraño, algo que no había sentido en mucho tiempo, esperanza.
Le tomó la mano y sin pronunciar una sola palabra más le llevo a su casa, caminaron durante media hora hasta llegar a un humilde bloque de apartamentos, entraron por el portal y pasando delante de un interruptor de la luz del que pendía un cartel de “no funciona” subieron al ático. Él se encontraba atónito, incrédulo ante lo que le estaba sucediendo, ni en sus mejores sueños se atrevía a soñar con lo que ahora aparecía ante él como si fuera lo más normal del mundo, un hogar.
Ella le indicó donde podía tomar un baño y le dio ropa limpia para que se vistiera. Tras el mejor baño de su vida salió y se sentó en una silla frente a la chica, el ático en el que se encontraban no poseía ningún lujo, pero estaba decorado con gusto y a Miguel le pareció la mejor casa que podría desear.
-¿Tú quién eres?, ¿por qué me has acogido?, ¿qué es lo que quieres?, preguntó a la chica. No la conocía, de eso estaba seguro, una chica como esa sería difícil de olvidar.
Ella se rió con ganas ante el gesto de Miguel, su cara de incredulidad era tanta que resultaba cómica, tomó aire y se dispuso a explicar la locura que le había conducido hasta Miguel.
-Esto es difícil de creer, no te culparé si echas a correr y llamas al psiquiátrico porque lo que te voy a contar es posiblemente lo más extraño que oirás en tu vida.
Miguel asintió, intrigado por el cariz que estaba tomando la situación, pero sobre todo por la seriedad con la que ella había pronunciado esas palabras.
-Mi nombre es lucia; y tengo una profesión un poco inusual; soy escritora: escribo para diferentes editoriales; en honor a la verdad me han publicado varios libros; pero siempre bajo seudónimo, no me gusta que la gente me conozca porque mis historias no son normales. Verás una historia es un fragmento del alma del escritor, un pedazo de alma convertido en tinta que el escritor ha decidido liberar Pero mis historias no son fragmentos de mi alma, son fragmentos de otras personas que se cuelan en mi mente y no salen de ella hasta que los plasmo en papel, se podría decir que lo que yo hago es contar la historia de las almas perdidas.
-Ehh.. no sé, te creo, de eso estoy seguro, pero… ¿Qué tiene todo esto que ver conmigo? Miguel estaba totalmente asombrado ante lo que había contado Lucia, no dudaba que fuera verdad, los ojos de Lucia no mentían, pero no sabía si debía creérselo.
-Verás, yo lo sé todo sobre ti, se podría decir que conozco tu historia desde que naciste, porque tu alma vino a mi, tu alma estaba perdida y me encontró. Esto pasó hace casi dos años y desde entonces no he podido escribir sobre otra cosa que no fueras tú. Como para recalcar sus palabras Lucia extendió la mano y le entregó a Miguel un fago de hojas en cuya portada se podía leer, escrito con caligrafía excelente, “Miguel”.
Atónito Miguel lo recogió y comenzó a leer, tras media hora de rápida lectura miró a lucia con los ojos tan abiertos que daba la impresión de que iban a salirse de sus orbitas.
-Pero eso no es todo, las almas son eternas y no forman parte de nosotros como creemos, sino que son seres libres que viajan de un cuerpo a otro colándose en nuestra mente y alterando nuestras costumbres y nuestros sentimientos, son atemporales, es decir, el tiempo para ellas no significa nada, viajan a través de él como un barco en un mar calmado. Y a mi me cuentan su historia, por eso sabía que ibas a saltar hoy, y eso es algo que no podía permitir, porque aunque parezca extraño, y realmente lo es, creo que estoy enamorada de ti.
Era más de lo que Miguel podía asimilar, se levantó y con un escueto “hasta luego” salió del apartamento. Era extraño, no, extraño se quedaba corto, era raro. La cosa más rara que jamás le había ocurrido, pero ¿y si fuera verdad? Dando un paseo se dirigió al parque que se encontraba al lado del bloque de edificios, un pequeño reducto de naturaleza en medio de un Madrid que cabalgaba a lomos del progreso como un jinete un caballo desbocado. Su cabeza era incapaz de dejar de dar vueltas a lo sucedido aquella tarde, el nuca había confiado en nadie, nuca había tenido un amigo con el que poder hablar de lo que sentía, en parte por su culpa, en parte mala suerte. Pero el hecho es que nunca había tenido un amigo, ni tan si quiera alguien que le mostrara afecto y ahora de repente sin buscarlo aparecía esa chica prometiéndole un hogar, y lo más importante su amor. Miguel lo encontraba sospechoso como poco, pero sin darse cuenta sus pasos le encaminaron de nuevo hacia ese bloque de apartamentos y de pie en el portal tomó la decisión que cambiaría su vida para siempre, subir.
La puerta del ático estaba abierta y sin saber por qué entró sin llamar, le parecía ridículo llamar a la puerta de su “hogar”, encontró a Lucia sentada en el mismo sitio, en esa butaca azul cuya contemplación evoca en la mente una historia triste pero que esta vez la única imagen que evocó fue la sonrisa de Lucia entre lágrimas. Sollozando se levantó y abrazó a Miguel, este aún titubeante le devolvió el que fue su primer abrazo.
Así se conocieron, los siguientes dos años los guardaré en mi memoria, ya que algo tan íntimo no merezco plasmarlo en papel ya que tan solo soy un mero testigo de esta historia. Bastará con deciros que durante dos años Miguel fue verdaderamente feliz, que durante ese tiempo, comprendió el verdadero poder de las palabras y bajo la atenta mirada de Lucia aprendió el arte de escribir, durante ese tiempo Miguel cambió, fue un cambio gradual pero muy fuerte, poco a poco se dio cuenta de que si había llegado a este mundo era solo para plasmar la historia que llevaba consigo el alma que Lucia salvó una mañana de enero. Comenzó a escribir un libro, en el que relataba la lucha de un joven por recuperar su libertad y huir de una ciudad repleta de maldad, salvando a la chica que amaba.
Así pasaban los días, escribiendo hasta que la luz del sol entraba por la ventana, durmiendo poco y bebiendo café hasta que el cerebro no podía más, solo descansaba para estar un rato con Lucia; para compartir unas caricias; algún beso furtivo y las mantas de esa cama que tantas veces había sido caldeada gracias a sus dos cuerpos desnudos. Pero todo esto iba a cambiar. El destino no suele tolerar que sus presas escapen y en el caso de Miguel no hizo una excepción.
Entró sin llamar, arrasando con todo y todos, se veía venir. Pero ver la guerra frente a las puertas de Madrid fue un duro golpe para Miguel, él no entendía de ideologías, ni de valores que merezcan sacrificios, el solo entendía su pequeño universo, un universo realmente pequeño, pero de dimensiones titánicas un universo cuyo eje fue arrancado de cuajo una mañana de octubre.
Llevaban casi seis meses de cerco y tres desde que se habían instaurado las cartillas de racionamiento, el día a día se hacia cada vez más duro en un Madrid de cara y cruz.
Por un lado estaba el Madrid de desfiles y pandereta, repleto de milicianos inconscientes que defendían su ciudad a muerte sin pensar en que lo único que hacían era engrasar la maquinaria de la guerra con su sangre. Milicianos enfrentados a un enemigo que implacable bombardeaba día y noche, colegios o cuarteles, hospitales o empalizadas. Un enemigo que no hacía distinciones y que solo perseguía un único objetivo, rendir la ciudad.

Esta era la faceta que anunciaban periódicos y radios a bombo y platillo, por supuesto ensalzando y demonizando a rebeldes y leales según su criterio, pero detrás de esto existía una cruz, un opuesto a la crueldad de la guerra, que al contrario de toda lógica era incluso más sádico y duro. Está era la cruz de Madrid, donde la gente se peleaba por el alimento y las enfermedades causaban más muertos que las balas. Este era el Madrid de Miguel, un Madrid que consiguió arrebatarle su pertenencia más valiosa, Lucia.
El día que murió a causa de unas fiebres que le devoraron hasta los huesos fue el día en el que la mente de Miguel se colapsó, algo se rompió en su cabeza al ver como la luz escapaba de los ojos de Lucia hacia un destino incierto.
-Ahora mi alma te pertenece.
Fueron sus últimas palabras, desde entonces todas las noches Miguel se levantaba, bañado en sudor, con la cara desencajada y el eco de estas palabras en sus oídos. No lo entendía, sabía que debía hacer algo, ella esperaba algo de él. ¿Pero el qué?
Pasaron los meses, quizás los años. No existía forma de saberlo, la conciencia de Miguel había abandonado el cuerpo para contemplar desde las alturas como este se precipitaba hacia su propia destrucción.
Viajó por toda Europa, sin una conciencia real de lo que hacía, buscaba escritores, novelistas o cualquier persona que supiera empuñar la pluma como el acero. Se entrevistaba con ellos, ganaba su confianza mediante mentiras o recurría al robo, cualquier cosa con tal de conseguir sus libros. Buscaba desesperado el alma de Lucia, pero no la encontró, buscaba ciego. Desde que se marchó no entendía nada, era incapaz de hilar más de dos pensamientos. Sin ella no era él.
Poco a poco reunió una gran colección de libros, manuscritos en su mayoría. Miles de almas de tinta y papel, sueños y pensamientos. Pero por desgracia no los de ella.
El dinero se acabó y se vio obligado a volver. Sin darse cuenta la luz empezaba a iluminar su mente con cada paso que daba hacía casa. Cada metro, cada zancada le abría de nuevo una puerta, le permitía volver a ser él, su conciencia había descendido para apiadarse de esa carcasa vacía y torturada que caminaba sin rumbo. El camino de vuelta fue largo y difícil, cada día le sorprendía una cosa nueva, no entendía como su pelo había mudado su color azabache por una blancura impoluta, no sabía desde cuando sus ojos habían dejado de verlo todo con la nitidez de la juventud. No sabía cuanto tiempo había transcurrido. Se sentía como si despertase de un sueño muy profundo. Se sentía cansado, pero extrañamente lúcido, veía las cosas claras. Debía volver al ático, el lugar donde comenzó, el lugar donde sucedió y el lugar donde terminó. Lo era todo, era su vida y era el lugar donde hallaría la respuesta.
El tren lo dejo en una estación construida con vigas de hierro, no recordaba su aspecto, debía ser una de las nuevas “maravillas” de la técnica. Echó a andar, bajo los arcos de negro acero, rodeado de miles de personas que buscaban sus sueños o se limitaban a hacer bulto en el mundo, respirando y comiendo sin más afán que ver otro amanecer. Caminaba despacio, rodeado por miles de almas, pero solo en la inmensidad, aunque eso a Miguel no le preocupaba, él ya sabía lo que tenía que hacer. Todo se aclaró en el momento en que su pie hacía contacto con el suelo de Madrid.
Salió a la calle, era una mañana soleada de julio, la gente sudorosa y atareada pasaba junto a él como un fluir constante de agua, dirigido a un destino pero sin una meta clara. Altos edificios lo rodeaban todo, torres imponentes de cristal y acero que se elevaban compitiendo entre ellas por alcanzar la magnificencia de las nubes. El espectáculo era impresionante, para Miguel todo esto era nuevo, si bien había viajado por toda Europa nunca se había parado a mirar a su alrededor, no había percibido la metamorfosis de un mundo en constante cambio.
No todo eran increíbles construcciones, la mayoría solo eran el reflejo del ego de una humanidad que obviando la belleza de lo natural se dedicaba a edificar, intentando tapar ese espacio que con su sola visión recuerda la insignificancia del ser humano.
Miguel recorrió calles revestidas de una extraña familiaridad, que se presentaban ante él como paisajes de sueño, vagamente reales y radicalmente distintas a lo que su memoria recordaba. Caminó durante toda la tarde , sin pararse, resuelto a llegar a su destino lo más rápido posible y cuando la luz del sol comenzaba a desvanecerse, la calle desembocó abruptamente en un parque.
Miguel quedó sorprendido, atónito sacudió la cabeza como si estuviese soñando, pero era real, era su parque, el pequeño parque donde tantas veces había paseado con ella, sonrió y lo recorrió despacio, rememorando aquellos paseos. Al menos existían cosas que nunca cambiaban.
El parque terminó y frente a Miguel se alzó un viejo edificio de apartamentos que repleto de gritas y algún que otro desconchón en la fachada se mantenía de pie, retando al resto de construcciones, recordando el pasado, recordando que existe algo más allá de la humanidad, era el último edificio que contenía la verdadera alma de Madrid. Quieto Miguel observaba el último piso con los ojos colmados de lágrimas y la mente inundada de recuerdos. Permaneció allí de pie hasta que el último rayo de luz se perdió entres las altas torres de la nueva Madrid, entonces entró.


Subió las escaleras, pasando ante el viejo cartel de “no funciona” que amarillento y raido seguía colgando del interruptor de la luz. Subió rápido deseando llegar a su destino, tras el largo viaje. Pero al alcanzar el último piso se encontró con un obstáculo, cajas y cajas repletas de libros, manuscritos que poco a poco había obtenido en su viaje se amontonaban frente a él formando imponentes colosos de tinta y papel. Avanzó como pudo entre pilas de páginas que rezumaban olor a tinta y sueños, al fin alcanzó la puerta y tras forcejear durante un rato con la oxidada cerradura abrió de nuevo la entrada a su refugio, a su hogar.
Los siguientes dos meses duraron lo que tarda en difuminarse el eco de un suspiro, Miguel encontró trabajo como corrector en un periódico de barrio que se dedicaba a proclamar a los cuatro vientos la necesidad de una revolución obrera, no era un trabajo bien pagado, pero Miguel no necesitaba dinero, solo el suficiente para seguir manteniendo el ático hasta que terminara. Tras ordenar de nuevo las cuatro paredes de esa buhardilla que eran su vida, rescató del olvido un último manuscrito, su manuscrito.
Una mañana de septiembre, Miguel se levantó y se dirigió al baño, preparándose para ir al trabajo. Pero no era una mañana cualquiera, era el principio de una carrera desesperada por salvar su alma y la de Lucia. Después de la aparición de los primeros síntomas Miguel abandono su trabajo, comprendió que el desenlace era inevitable y que lo único que le restaba por hacer era terminar el libro, rescatar su historia y la de Lucia del olvido, para que perviviera, inmortal, en las líneas de un libro.
Comenzó a escribir compulsivamente, pasando días sin comer, obsesionado con el discurrir del tiempo que anunciaba el final irrevocable, escribía de noche y de de día. Durmiendo solo cuando sus huesos le impedían continuar, no salía de casa más que para comprar lo indispensable para continuar, volvía cargado de papel y tinta para la estilográfica que había encontrado sobre la mesa, que permaneció allí olvidada durante largos años esperando a que Miguel recobrará la conciencia y volviera a trazar líneas sobre el papel como cuando Lucia vivía.
Pasaron los meses, cayendo como hojas de un árbol marchito, la vida escapaba del cuerpo de Miguel, huyendo, volando hacia ese destino incierto, ese destino que nadie conoce y del que nadie ha vuelto.
Amaneció un 14 de mayo, el sol curioso y cotilla entró como cada mañana, reptando, iluminando el ático y revelando el cadáver de Miguel caído sobre el suelo, con la estilográfica aún asida y una radiante sonrisa en la cara. Sobre la mesa depositado en perfecto orden estaba un manuscrito, en cuya última hoja figuraba apretada contra el margen inferior y caligrafía temblorosa una palabra, “FIN”.