Miguel vivía en un pequeño ático de Madrid, convertido en su hogar tras abandonar su anterior vida, un pequeño desván de algo menos de cincuenta metros cuadrados, allí había pasado los mejores y los peores momentos de su vida, en ese lugar descubrió su vocación, en ese destartalado ático ubicado en un barrio obrero de Madrid descubrió su pasión por las letras, todo esto entre los brazos de ella, la mujer que le enseño a vivir, que le demostró que la vida merecía la pena ser vivida, que desperdiciar el tiempo es de imbéciles.
Las paredes estaban llenas de libros, en su mayoría de autores a los que solo conocían unos pocos, en su mayor parte ni si quiera eran ediciones publicadas, eran manuscritos que jamás llegarían a ver la luz. Miguel tenía un secreto, un terrible secreto que le devoraba por dentro, que carcomía su alma y la reducía a un mísero cascarón, Miguel había perdido su talento, era incapaz de escribir una línea, las plumas se transformaban en objetos inútiles en sus manos, era una fuerza superior a él, absorbía todo pensamiento y le impedía plasmar en el papel lo que tenía cincelado en su mente, era un escritor que no sabía escribir.
Pero lo mejor será comenzar por el principio, desde pequeño siempre había tenido problemas en casa, sus padres no llegaron a comprender a ese extraño que convivía con ellos y tenía el corazón lleno de resentimiento hacía una vida que hasta el momento solo le había producido desgracia, por eso un día tras una discusión particularmente dura, Miguel se fue. Con diecisiete años y los bolsillos vacíos tuvo que buscarse la vida en un Madrid que le mostro lo que era la verdadera crueldad. Paso varios años en la calle, malviviendo de la caridad de la gente y rebuscando en la basura para poder comer algo, se acostaba entre cartones con la única compañía del sonido de las ratas chapoteando en los charcos.
Pasaba la mayor parte de su tiempo en un puente del Manzanares, que como él, tenía el aspecto de aquel al que el destino ha elegido como cabeza de turco. Pensando en lo que pasaría si un día saltaba , pensando a quién le importaría o si cambiaria algo en el corrupto mundo que le rodeaba.
Un catorce de enero particularmente frío se encontraba allí, mirando a las turbias aguas que fluían bajo sus pies y pensando en lo mismo de siempre, cuando apreció ella, andando lentamente se le acercó y le susurró al oído:
-A mi me importaría, su sonrisa trasmitía una calidez que hizo que Miguel sintiera algo extraño, algo que no había sentido en mucho tiempo, esperanza.
Le tomó la mano y sin pronunciar una sola palabra más le llevo a su casa, caminaron durante media hora hasta llegar a un humilde bloque de apartamentos, entraron por el portal y pasando delante de un interruptor de la luz del que pendía un cartel de “no funciona” subieron al ático. Él se encontraba atónito, incrédulo ante lo que le estaba sucediendo, ni en sus mejores sueños se atrevía a soñar con lo que ahora aparecía ante él como si fuera lo más normal del mundo, un hogar.
Ella le indicó donde podía tomar un baño y le dio ropa limpia para que se vistiera. Tras el mejor baño de su vida salió y se sentó en una silla frente a la chica, el ático en el que se encontraban no poseía ningún lujo, pero estaba decorado con gusto y a Miguel le pareció la mejor casa que podría desear.
-¿Tú quién eres?, ¿por qué me has acogido?, ¿qué es lo que quieres?, preguntó a la chica. No la conocía, de eso estaba seguro, una chica como esa sería difícil de olvidar.
Ella se rió con ganas ante el gesto de Miguel, su cara de incredulidad era tanta que resultaba cómica, tomó aire y se dispuso a explicar la locura que le había conducido hasta Miguel.
-Esto es difícil de creer, no te culparé si echas a correr y llamas al psiquiátrico porque lo que te voy a contar es posiblemente lo más extraño que oirás en tu vida.
Miguel asintió, intrigado por el cariz que estaba tomando la situación, pero sobre todo por la seriedad con la que ella había pronunciado esas palabras.
-Mi nombre es lucia; y tengo una profesión un poco inusual; soy escritora: escribo para diferentes editoriales; en honor a la verdad me han publicado varios libros; pero siempre bajo seudónimo, no me gusta que la gente me conozca porque mis historias no son normales. Verás una historia es un fragmento del alma del escritor, un pedazo de alma convertido en tinta que el escritor ha decidido liberar Pero mis historias no son fragmentos de mi alma, son fragmentos de otras personas que se cuelan en mi mente y no salen de ella hasta que los plasmo en papel, se podría decir que lo que yo hago es contar la historia de las almas perdidas.
-Ehh.. no sé, te creo, de eso estoy seguro, pero… ¿Qué tiene todo esto que ver conmigo? Miguel estaba totalmente asombrado ante lo que había contado Lucia, no dudaba que fuera verdad, los ojos de Lucia no mentían, pero no sabía si debía creérselo.
-Verás, yo lo sé todo sobre ti, se podría decir que conozco tu historia desde que naciste, porque tu alma vino a mi, tu alma estaba perdida y me encontró. Esto pasó hace casi dos años y desde entonces no he podido escribir sobre otra cosa que no fueras tú. Como para recalcar sus palabras Lucia extendió la mano y le entregó a Miguel un fago de hojas en cuya portada se podía leer, escrito con caligrafía excelente, “Miguel”.
Atónito Miguel lo recogió y comenzó a leer, tras media hora de rápida lectura miró a lucia con los ojos tan abiertos que daba la impresión de que iban a salirse de sus orbitas.
-Pero eso no es todo, las almas son eternas y no forman parte de nosotros como creemos, sino que son seres libres que viajan de un cuerpo a otro colándose en nuestra mente y alterando nuestras costumbres y nuestros sentimientos, son atemporales, es decir, el tiempo para ellas no significa nada, viajan a través de él como un barco en un mar calmado. Y a mi me cuentan su historia, por eso sabía que ibas a saltar hoy, y eso es algo que no podía permitir, porque aunque parezca extraño, y realmente lo es, creo que estoy enamorada de ti.
Era más de lo que Miguel podía asimilar, se levantó y con un escueto “hasta luego” salió del apartamento. Era extraño, no, extraño se quedaba corto, era raro. La cosa más rara que jamás le había ocurrido, pero ¿y si fuera verdad? Dando un paseo se dirigió al parque que se encontraba al lado del bloque de edificios, un pequeño reducto de naturaleza en medio de un Madrid que cabalgaba a lomos del progreso como un jinete un caballo desbocado. Su cabeza era incapaz de dejar de dar vueltas a lo sucedido aquella tarde, el nuca había confiado en nadie, nuca había tenido un amigo con el que poder hablar de lo que sentía, en parte por su culpa, en parte mala suerte. Pero el hecho es que nunca había tenido un amigo, ni tan si quiera alguien que le mostrara afecto y ahora de repente sin buscarlo aparecía esa chica prometiéndole un hogar, y lo más importante su amor. Miguel lo encontraba sospechoso como poco, pero sin darse cuenta sus pasos le encaminaron de nuevo hacia ese bloque de apartamentos y de pie en el portal tomó la decisión que cambiaría su vida para siempre, subir.
La puerta del ático estaba abierta y sin saber por qué entró sin llamar, le parecía ridículo llamar a la puerta de su “hogar”, encontró a Lucia sentada en el mismo sitio, en esa butaca azul cuya contemplación evoca en la mente una historia triste pero que esta vez la única imagen que evocó fue la sonrisa de Lucia entre lágrimas. Sollozando se levantó y abrazó a Miguel, este aún titubeante le devolvió el que fue su primer abrazo.
Así se conocieron, los siguientes dos años los guardaré en mi memoria, ya que algo tan íntimo no merezco plasmarlo en papel ya que tan solo soy un mero testigo de esta historia. Bastará con deciros que durante dos años Miguel fue verdaderamente feliz, que durante ese tiempo, comprendió el verdadero poder de las palabras y bajo la atenta mirada de Lucia aprendió el arte de escribir, durante ese tiempo Miguel cambió, fue un cambio gradual pero muy fuerte, poco a poco se dio cuenta de que si había llegado a este mundo era solo para plasmar la historia que llevaba consigo el alma que Lucia salvó una mañana de enero. Comenzó a escribir un libro, en el que relataba la lucha de un joven por recuperar su libertad y huir de una ciudad repleta de maldad, salvando a la chica que amaba.
Así pasaban los días, escribiendo hasta que la luz del sol entraba por la ventana, durmiendo poco y bebiendo café hasta que el cerebro no podía más, solo descansaba para estar un rato con Lucia; para compartir unas caricias; algún beso furtivo y las mantas de esa cama que tantas veces había sido caldeada gracias a sus dos cuerpos desnudos. Pero todo esto iba a cambiar. El destino no suele tolerar que sus presas escapen y en el caso de Miguel no hizo una excepción.
Entró sin llamar, arrasando con todo y todos, se veía venir. Pero ver la guerra frente a las puertas de Madrid fue un duro golpe para Miguel, él no entendía de ideologías, ni de valores que merezcan sacrificios, el solo entendía su pequeño universo, un universo realmente pequeño, pero de dimensiones titánicas un universo cuyo eje fue arrancado de cuajo una mañana de octubre.
Llevaban casi seis meses de cerco y tres desde que se habían instaurado las cartillas de racionamiento, el día a día se hacia cada vez más duro en un Madrid de cara y cruz.
Por un lado estaba el Madrid de desfiles y pandereta, repleto de milicianos inconscientes que defendían su ciudad a muerte sin pensar en que lo único que hacían era engrasar la maquinaria de la guerra con su sangre. Milicianos enfrentados a un enemigo que implacable bombardeaba día y noche, colegios o cuarteles, hospitales o empalizadas. Un enemigo que no hacía distinciones y que solo perseguía un único objetivo, rendir la ciudad.
Esta era la faceta que anunciaban periódicos y radios a bombo y platillo, por supuesto ensalzando y demonizando a rebeldes y leales según su criterio, pero detrás de esto existía una cruz, un opuesto a la crueldad de la guerra, que al contrario de toda lógica era incluso más sádico y duro. Está era la cruz de Madrid, donde la gente se peleaba por el alimento y las enfermedades causaban más muertos que las balas. Este era el Madrid de Miguel, un Madrid que consiguió arrebatarle su pertenencia más valiosa, Lucia.
El día que murió a causa de unas fiebres que le devoraron hasta los huesos fue el día en el que la mente de Miguel se colapsó, algo se rompió en su cabeza al ver como la luz escapaba de los ojos de Lucia hacia un destino incierto.
-Ahora mi alma te pertenece.
Fueron sus últimas palabras, desde entonces todas las noches Miguel se levantaba, bañado en sudor, con la cara desencajada y el eco de estas palabras en sus oídos. No lo entendía, sabía que debía hacer algo, ella esperaba algo de él. ¿Pero el qué?
Pasaron los meses, quizás los años. No existía forma de saberlo, la conciencia de Miguel había abandonado el cuerpo para contemplar desde las alturas como este se precipitaba hacia su propia destrucción.
Viajó por toda Europa, sin una conciencia real de lo que hacía, buscaba escritores, novelistas o cualquier persona que supiera empuñar la pluma como el acero. Se entrevistaba con ellos, ganaba su confianza mediante mentiras o recurría al robo, cualquier cosa con tal de conseguir sus libros. Buscaba desesperado el alma de Lucia, pero no la encontró, buscaba ciego. Desde que se marchó no entendía nada, era incapaz de hilar más de dos pensamientos. Sin ella no era él.
Poco a poco reunió una gran colección de libros, manuscritos en su mayoría. Miles de almas de tinta y papel, sueños y pensamientos. Pero por desgracia no los de ella.
El dinero se acabó y se vio obligado a volver. Sin darse cuenta la luz empezaba a iluminar su mente con cada paso que daba hacía casa. Cada metro, cada zancada le abría de nuevo una puerta, le permitía volver a ser él, su conciencia había descendido para apiadarse de esa carcasa vacía y torturada que caminaba sin rumbo. El camino de vuelta fue largo y difícil, cada día le sorprendía una cosa nueva, no entendía como su pelo había mudado su color azabache por una blancura impoluta, no sabía desde cuando sus ojos habían dejado de verlo todo con la nitidez de la juventud. No sabía cuanto tiempo había transcurrido. Se sentía como si despertase de un sueño muy profundo. Se sentía cansado, pero extrañamente lúcido, veía las cosas claras. Debía volver al ático, el lugar donde comenzó, el lugar donde sucedió y el lugar donde terminó. Lo era todo, era su vida y era el lugar donde hallaría la respuesta.
El tren lo dejo en una estación construida con vigas de hierro, no recordaba su aspecto, debía ser una de las nuevas “maravillas” de la técnica. Echó a andar, bajo los arcos de negro acero, rodeado de miles de personas que buscaban sus sueños o se limitaban a hacer bulto en el mundo, respirando y comiendo sin más afán que ver otro amanecer. Caminaba despacio, rodeado por miles de almas, pero solo en la inmensidad, aunque eso a Miguel no le preocupaba, él ya sabía lo que tenía que hacer. Todo se aclaró en el momento en que su pie hacía contacto con el suelo de Madrid.
Salió a la calle, era una mañana soleada de julio, la gente sudorosa y atareada pasaba junto a él como un fluir constante de agua, dirigido a un destino pero sin una meta clara. Altos edificios lo rodeaban todo, torres imponentes de cristal y acero que se elevaban compitiendo entre ellas por alcanzar la magnificencia de las nubes. El espectáculo era impresionante, para Miguel todo esto era nuevo, si bien había viajado por toda Europa nunca se había parado a mirar a su alrededor, no había percibido la metamorfosis de un mundo en constante cambio.
No todo eran increíbles construcciones, la mayoría solo eran el reflejo del ego de una humanidad que obviando la belleza de lo natural se dedicaba a edificar, intentando tapar ese espacio que con su sola visión recuerda la insignificancia del ser humano.
Miguel recorrió calles revestidas de una extraña familiaridad, que se presentaban ante él como paisajes de sueño, vagamente reales y radicalmente distintas a lo que su memoria recordaba. Caminó durante toda la tarde , sin pararse, resuelto a llegar a su destino lo más rápido posible y cuando la luz del sol comenzaba a desvanecerse, la calle desembocó abruptamente en un parque.
Miguel quedó sorprendido, atónito sacudió la cabeza como si estuviese soñando, pero era real, era su parque, el pequeño parque donde tantas veces había paseado con ella, sonrió y lo recorrió despacio, rememorando aquellos paseos. Al menos existían cosas que nunca cambiaban.
El parque terminó y frente a Miguel se alzó un viejo edificio de apartamentos que repleto de gritas y algún que otro desconchón en la fachada se mantenía de pie, retando al resto de construcciones, recordando el pasado, recordando que existe algo más allá de la humanidad, era el último edificio que contenía la verdadera alma de Madrid. Quieto Miguel observaba el último piso con los ojos colmados de lágrimas y la mente inundada de recuerdos. Permaneció allí de pie hasta que el último rayo de luz se perdió entres las altas torres de la nueva Madrid, entonces entró.
Subió las escaleras, pasando ante el viejo cartel de “no funciona” que amarillento y raido seguía colgando del interruptor de la luz. Subió rápido deseando llegar a su destino, tras el largo viaje. Pero al alcanzar el último piso se encontró con un obstáculo, cajas y cajas repletas de libros, manuscritos que poco a poco había obtenido en su viaje se amontonaban frente a él formando imponentes colosos de tinta y papel. Avanzó como pudo entre pilas de páginas que rezumaban olor a tinta y sueños, al fin alcanzó la puerta y tras forcejear durante un rato con la oxidada cerradura abrió de nuevo la entrada a su refugio, a su hogar.
Los siguientes dos meses duraron lo que tarda en difuminarse el eco de un suspiro, Miguel encontró trabajo como corrector en un periódico de barrio que se dedicaba a proclamar a los cuatro vientos la necesidad de una revolución obrera, no era un trabajo bien pagado, pero Miguel no necesitaba dinero, solo el suficiente para seguir manteniendo el ático hasta que terminara. Tras ordenar de nuevo las cuatro paredes de esa buhardilla que eran su vida, rescató del olvido un último manuscrito, su manuscrito.
Una mañana de septiembre, Miguel se levantó y se dirigió al baño, preparándose para ir al trabajo. Pero no era una mañana cualquiera, era el principio de una carrera desesperada por salvar su alma y la de Lucia. Después de la aparición de los primeros síntomas Miguel abandono su trabajo, comprendió que el desenlace era inevitable y que lo único que le restaba por hacer era terminar el libro, rescatar su historia y la de Lucia del olvido, para que perviviera, inmortal, en las líneas de un libro.
Comenzó a escribir compulsivamente, pasando días sin comer, obsesionado con el discurrir del tiempo que anunciaba el final irrevocable, escribía de noche y de de día. Durmiendo solo cuando sus huesos le impedían continuar, no salía de casa más que para comprar lo indispensable para continuar, volvía cargado de papel y tinta para la estilográfica que había encontrado sobre la mesa, que permaneció allí olvidada durante largos años esperando a que Miguel recobrará la conciencia y volviera a trazar líneas sobre el papel como cuando Lucia vivía.
Pasaron los meses, cayendo como hojas de un árbol marchito, la vida escapaba del cuerpo de Miguel, huyendo, volando hacia ese destino incierto, ese destino que nadie conoce y del que nadie ha vuelto.
Amaneció un 14 de mayo, el sol curioso y cotilla entró como cada mañana, reptando, iluminando el ático y revelando el cadáver de Miguel caído sobre el suelo, con la estilográfica aún asida y una radiante sonrisa en la cara. Sobre la mesa depositado en perfecto orden estaba un manuscrito, en cuya última hoja figuraba apretada contra el margen inferior y caligrafía temblorosa una palabra, “FIN”.
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