El niño contemplaba la puesta de sol ensimismado, ajeno al bullicio de la casa, permanecía quieto. Mirando por el cristal como el sol capitulaba y arrastrando lentamente los últimos haces de luz dejaba paso a la noche, el cielo mudo sus colores, pasando del dorado atardecer al celeste de una noche gobernada por la Luna.
Una Luna que se alzaba altiva e inalcanzable, bañándolo todo con su reflejo divino, inundado el lugar de magia. Poco a poco la superficie del lago que se alcanzaba a ver desde la posición del niño adquirió un matiz sobrenatural. El agua oscura mudo su forma transformando el lago en el espejo donde la luna contemplaba su propia belleza.
Lentamente el niño quedo dormido, hechizado por la magia del paisaje que se presentaba ante sus ojos, rendido a la belleza de la luna. Su padre entró en la habitación y cogiéndole con cuidado en brazos le tumbó en la cama, arropándole suavemente con vaporosas sábanas, dejó al niño solo, soñando.
Despertó de golpe, con la sensación de que alguien le observaba, asustado miró a su alrededor, buscando la fuente de su desasosiego. Una cara atrapo sus ojos, un niño como él se asomaba por la ventana, sonriéndole. Con un gesto pícaro le invitó a que le siguiera. Su cara poseía brillo propio, resplandecía con fulgores plateados que inundaban la estancia de luz y calor. El niño aún titubeando se vistió y le siguió, descolgándose por el árbol que crecía junto a su ventana.
-¡Espera!, le gritó, intentando detener a su extraño visitante, que corría hacia el lago. Sin pensar en lo que hacía, le siguió, corrió detrás persiguiéndole, sintiendo el contacto con la hierba en sus pies. La sonrisa afloró en sus labios, estaba húmeda y le hacía cosquillas, pero no detuvo su carrera. Le alcanzó en la orilla, jadeante, se sentó a su lado. Juntos, contemplaron la pulimentada superficie del lago, embrujadora atrapó sus miradas y les retuvo toda la noche allí, sentados frente a la orilla.
Solo la voz del otro niño rompió el silencio sobrenatural de la noche.
-Sigue soñando.
El amanecer sorprendió al niño en su habitación, los juguetones rayos del sol se colaron entres sus párpados, rompiendo el mágico momento del sueño. El joven de cara resplandeciente había desaparecido sin dejar rastro.
Se levantó y pasando ante sus silla de ruedas, bajo caminando a la cocina, donde sus padres contemplaron atónitos como un niño sonriente les miraba, de pie, libre del esqueleto metálico que había cercenado su alas una mañana de enero, cuando el coche en el que viajaba se salió de la cazada.
Siempre me ha dolido mucho oír hablar de estos temas. Aunque sea en la ficción, me ha gustado ver un final feliz para al menos uno de esos niños que viven encadenados a un par de ruedas.
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Si, en verdad es algo muy triste, debería existir una solución, pero por el momento lo único que existen son los sueños.
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