viernes, 10 de febrero de 2012
Efímera poesía
En el centro del salón una figura embozada se recortaba en la penumbra, sentada en una pequeña banqueta deslizaba sus manos por las teclas de un viejo piano ennegrecido por el fuego. Acariciaba cada lámina con manos delicadas y amorosas. Era la representación perfecta de su alma, astillado, quemado e inservible. El piano permanecía vetusto, alzando su silueta entre las sombras de la sala, iluminada suavemente por la luz del atardecer. El sol se recortaba en la distancia, desapareciendo entre las montañas nevadas, desapareciendo de la faz de la Tierra para dar paso a la oscuridad. Lentamente deslizaba sus apéndices luminosos por la fachada, devolviéndole su antiguo esplendor por unos minutos.
EL hombre alzó su cabeza y se retiró la capucha, dejando al descubierto un rostro arrasado por las llamas en el que solo se distinguían dos profundos ojos negros. Que observaban atentos como los últimos cristales adheridos al marco de la ventana presentaban batalla al paso del tiempo. Como reflejaban la luz solar mientras esta atravesaba la fachada y penetraba en la sala a través de los restos de la antigua ventana, mientras contemplaba esto. Flexiono los dedos.
Durante un par de minutos la sala volvió a vibrar, las paredes se llenaron de notas, entremezcladas con armónicos que recorrían la sala haciendo bailar al polvo. Escalas sucesivas creaban imágenes oníricas, proyectadas frente al piano. La música devolvió a la vida un tiempo pasado, en el que todo tenía sentido, por unos instantes el hombre volvió a la vida por completo, fundiendo su esencia con el sonido. Plasmando su alma en cada vibración, en cada pulsación.
El sol desapareció entre las montañas, sumiendo la sala en tinieblas, dejando de nuevo un piano ennegrecido e inútil que evocaba la imagen de una época mejor. Sobre la banqueta, como única huella de la presencia del hombre descansaba una nota, un papel medio quemado en el que se leía.
“Te esperaré en mi castillo en las nubes”.
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Los pianos viejos son mi debilidad. Me encantan, me enamoré de los pianos que tenían los californianos. Me has calado hondo.
ResponderEliminarEs que los pianos son así, estaba escuchando la banda sonora de la sombra del viento , de Ruiz Zafón y ... no puede resistirme.
EliminarCasualidad, mientras leía este texto estaba escuchando baladas de piano. Parecerá una exageración, y probablemente no me creas. Pero me has hecho llorar, Alfredo. Has conseguido mezclar la música y la escritura en este texto, mis dos pasiones... Y, sin darte cuenta, mi sueño inalcanzable. Un piano. No tengo nada que decir.
ResponderEliminarEs más divertido pensar que las casualidades no existen :)
EliminarNo se si te das cuenta, pero eso es la mejor alabanza que puede esperar alguien que "escribe". Muchas gracias