sábado, 25 de febrero de 2012

Chimeneas ennegrecidas.

El silbato suena, despertándome de mi sopor, accionando el mecanismo de mi cerebro. Comienzo a funcionar, como cada mañana me visto, me coloco el mono gris, manchado de hollín y ceniza de las fábricas. Paso los brazos por la camisa de fuerza, y dejo que el brazo mecánico de la pared abroche las correas.
Salgo a la calle tambaleándome por la falta de equilibro, me subo al primer tren que para frente a mí y dejo que las pantallas de las paredes vacíen mi mente de pensamientos, mientras proyectan insulsas parodias de hombres parloteando constantemente, atontando cerebros con su cháchara infernal.
El chirrido penetra en mi conciencia, bajo del tren ya parado y contemplo las chimeneas de las fábricas, escupiendo llagas humeantes a un cielo gris que las recibe con un abrazo de tinieblas, el sol no brilla hoy. Me encamino presuroso a mi puesto, al entrar un funcionario retira la camisa de fuerza y instala en mis manos el peso de las cadenas.
Las horas pasan lentamente, acompasadas con la cadencia de martillos y maquinaria, encajo pieza tras pieza mecánicamente, mientras sueño con los verdes paisajes del libro para niños que escondo en el armario de mi pequeña habitación. Tras doce horas suena la campana y miles de pies se encaminan a la salida, miles de pies como los míos que caminan arrastrando cada pisada, sin ánimo, sin esperanza.
A la salida nos colocan la camisa de nuevo, recordándonos que disfrutemos con precaución de los cinco gramos de sueños que se encuentran en sus bolsillos. Cinco gramos por los que somos esclavos, por los que vendemos nuestra alma y nuestras mentes al sistema.
Un tren me lleva de nuevo al edificio de apartamentos, me refugio entre las cuatro paredes de mi habitación, donde aún soy alguien. Sentado frente a la mesa esnifo mi dosis, mi mente vuela lejos, olvidándose de la realidad para flotar entre nubes. Para sentarse y observar plácidamente una puesta de sol. Durante media hora soy libre. Pero el efecto pasa y vuelvo a la realidad.
El gris del cielo se convierte en negro y me encamino a la cama, me duermo, soñando con la dosis del día siguiente, soñando con un amanecer que nunca llega.

1 comentario:

  1. Qué chachi, no me esperaba ese final. He tenido que leer dos veces lo de "cinco gramos" porque no me pegaba ahí XDDDD.

    Muy chuli *-*

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