Me siento en el borde de la página, junto a la esquina inferior derecha, con los pies colgando, me asomo al mundo que existe más allá de mi historia. Contemplo la pluma caída de la que aún cuelga una gota de tinta fresca, como una perla negra brillante y misteriosa, suspendida, parada en el instante que se me ha concedido para contemplar el mundo.
En mi mente resuenan las últimas palabras escritas en la página, relucientes y húmedas resplandecen a mi espalda. Son las palabras que me animaron a salir, que me imbuyeron del valor que le faltaba a mi alma.
“Soy coleccionista de realidades, realidades que transformo en sueños con el trazo de mi mano”
Es la última frase de mi libro, pronunciada por mí, el protagonista, el centro de este pequeño universo de papel y tinta. Porque yo soy un personaje de novela con delirios de grandeza, condenado a ser más que imaginación, pero menos que realidad. No soy nada, pero a la vez lo soy todo. Tengo alma y de algún modo tengo vida, soy la más imperfecta creación literaria, pero a la vez la más humana.
Se me dio la capacidad de ser consciente de mi existencia y con ello se me dotó de sueños y anhelos, más concretamente de un sueño. Un deseo que el universo ha cumplido, me ha permitido asomarme por el borde de mi libro, a la realidad, a ese mundo del que ha surgido mi historia.
Le dedico un último vistazo a la luna, que con su pálida luz ilumina la cara de mi creador. Y me zambullo de nuevo en el mar de letras que es mi hogar.
El mundo vuelve a cobrar vida, el escritor sacude la cabeza, como despertando de un sueño, borrando la sonrisa de aquel enigmático personaje que se da la vuelta y desaparece entre las páginas de su libro.
-Imaginaciones mías. Murmura mientras desaparece por el pasillo en busca de un café que despeje su mente.
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