sábado, 26 de mayo de 2012
Amor entre bastidores.
La trama se sucedía entre los susurros de dos personajes que al borde del escenario compartían su historia con el público. Sus miradas se perdían en un mar de quietud donde las palabras fluían suaves, efímeras, descargando su contenido y sumergiéndose de nuevo en las profundidades. Sus manos enlazadas coronaban su papel, unían sus diálogos formando un soliloquio.
Ambos actores brillaban como estrellas. Ella era preciosa, sobre sus hombros se deslizaba un vaporoso vestido de gasa que realzaba sus peligrosas curvas. Su voz era suave, solo un quedo susurro que obligaba al espectador a reclinarse sobre la butaca para poder escuchar sus melodiosas palabras. Él solo era una mera sombra frente a la grandeza de la actriz, pero su voz profunda y cavernosa hechizaba al público, entumeciendo sus corazones y llenando sus mentes con los acordes de su monólogo triste.
El telón se cerró, el primer acto había tocado a su fin. El teatro enmudeció bajo el estruendo del aplauso del público. Los dos actores sonrieron aliviados, ella se inclino levemente y posó un inocente beso sobre la mejilla del sorprendido actor, después se marchó a cambiarse nuevamente para el segundo acto.
EL actor se quedó sentado entre bastidores, murmurando las palabras del protagonista que hacia su aparición en escena para conquistar a la bella actriz con la que hace un mísero instante vivía un momento mágico. Ese era el papel que debería tener, no un mero segundo plano, merecía ser protagonista, solo él tenía derecho a conquistarla. Pero el teatro como el mundo es caprichoso, él solo era un actor secundario, aunque por suerte también era el desencadenante de la tragedia.
El segundo acto concluyó y el agradecimiento del público hizo tronar la sala con más fuerza incluso. Él se sentía mareado, la daga pesaba en su mano más de lo normal, el corazón le latía en las sienes, amenazando con hacer saltar su cabeza por los aires. El tercer acto comenzó, pasaron diez minutos, le llamaron a escena.
Salió tambaleándose como un borracho, con el pensamiento embotado por el dulce néctar de la venganza, de la traición. Levantó la daga y pronunció la sentencia final.
-¡Soy la dulce venganza del desamor! ¡El aliento putrefacto de la muerte!
El filo cayó sobre el desprevenido protagonista, ese no era el diálogo de la obra, se sentía desconcertado hasta que el frío abrazo de la muerte arrancó todas las dudas de su alma. El protagonista cayó.
La actriz gritó con horror al comprender que la daga no era de atrezo, que ante ella se había cometido el más vil de los crímenes, la venganza. Solo alcanzó a ver como el asesino cercenaba su propia garganta con una mueca maniática en el rostro, después se desmayó.
El telón cayó una última vez, empapando su tela de la sangre caliente, sellando el desenlace del drama.
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