lunes, 27 de febrero de 2012

Ayer soñé.

Ayer oí un gemido en mi cabeza, la agonía me inundo y volví a oír el susurro del viento entre las hebras de su pelo, volví a esnifar su fragancia en el viento, calmando la ansiedad que la ausencia de su piel me deja.
Ayer sentí como las yemas de mis dedos se volvían incandescentes, como cuando iniciaba el viaje sin retorno hacía sus muslos, como cuando mi cabeza se caldeaba entre la suavidad de sus curvas.
Ayer volví a perder la consciencia y el alma, dando tumbos como un borracho entre sus sinuosas caderas.


Ayer volví a convertirme en el adicto que era, por unas horas me demostré a mi mismo que ella fue la droga que más marca me dejó, descubrí que la dependencia de mi mente era incurable y lo único que conservo en mi poder son unas pocas jeringuillas. Cargadas de recuerdos que contienen más dolor que placer. Aguijonazos de sueños que inyecto en mis venas tiñendo mi sangre con el color de sus ojos. Para perderme por unos instantes entre la calidez de su abrazo, entre la caricia de sus besos. Antes de despertar de nuevo para enfrentarme a la realidad.
Ayer soñé con ella, pero al despertar la cama seguía estando fría y vacía.

sábado, 25 de febrero de 2012

Chimeneas ennegrecidas.

El silbato suena, despertándome de mi sopor, accionando el mecanismo de mi cerebro. Comienzo a funcionar, como cada mañana me visto, me coloco el mono gris, manchado de hollín y ceniza de las fábricas. Paso los brazos por la camisa de fuerza, y dejo que el brazo mecánico de la pared abroche las correas.
Salgo a la calle tambaleándome por la falta de equilibro, me subo al primer tren que para frente a mí y dejo que las pantallas de las paredes vacíen mi mente de pensamientos, mientras proyectan insulsas parodias de hombres parloteando constantemente, atontando cerebros con su cháchara infernal.
El chirrido penetra en mi conciencia, bajo del tren ya parado y contemplo las chimeneas de las fábricas, escupiendo llagas humeantes a un cielo gris que las recibe con un abrazo de tinieblas, el sol no brilla hoy. Me encamino presuroso a mi puesto, al entrar un funcionario retira la camisa de fuerza y instala en mis manos el peso de las cadenas.
Las horas pasan lentamente, acompasadas con la cadencia de martillos y maquinaria, encajo pieza tras pieza mecánicamente, mientras sueño con los verdes paisajes del libro para niños que escondo en el armario de mi pequeña habitación. Tras doce horas suena la campana y miles de pies se encaminan a la salida, miles de pies como los míos que caminan arrastrando cada pisada, sin ánimo, sin esperanza.
A la salida nos colocan la camisa de nuevo, recordándonos que disfrutemos con precaución de los cinco gramos de sueños que se encuentran en sus bolsillos. Cinco gramos por los que somos esclavos, por los que vendemos nuestra alma y nuestras mentes al sistema.
Un tren me lleva de nuevo al edificio de apartamentos, me refugio entre las cuatro paredes de mi habitación, donde aún soy alguien. Sentado frente a la mesa esnifo mi dosis, mi mente vuela lejos, olvidándose de la realidad para flotar entre nubes. Para sentarse y observar plácidamente una puesta de sol. Durante media hora soy libre. Pero el efecto pasa y vuelvo a la realidad.
El gris del cielo se convierte en negro y me encamino a la cama, me duermo, soñando con la dosis del día siguiente, soñando con un amanecer que nunca llega.

lunes, 20 de febrero de 2012

Bienvenidos al país de la locura

Bienvenidos al país de la locura, donde la moneda con la que se paga son los sueños, el lugar donde las pesadillas cabalgan libres, instaurando su dictadura.
Hace diecisiete años que llegue a este lugar. El territorio de la ironía y el sarcasmo, valle sombrío, regado por ríos de lágrimas que se deslizan desde altas cumbres donde la tormenta es perpetua, para llegar al océano. Fin último de todas las empresas, destino incierto y solución final.
Camino lentamente por el sendero, rodeado de miedo, con la oscuridad siempre pisándome los talones y miles de dudas que asaltan mi mente a punta de navaja, vaciándola del poco valor que alberga. Serpenteante, el sendero recorre valles, praderas y altas cumbres en las que imprime su huella, recorriendo laderas con su suave deslizar. Recorre el país acercándome a su centro, acercándome lentamente hacia el lugar donde dejar que mis huesos cansados sean arrastrados por la corriente del primer río que decida abrazarme con sus gélidas aguas. Un río que consiga que mis pensamientos vuelvan a fluir, despertándome de mi letargo, un río que me haga disfrutar del viaje hasta el océano.
En mi búsqueda encuentro pocos viajeros, los caminos están prácticamente vacíos, solamente salpicados por algún alma perdida en su deambular. Esos viajeros son los únicos que conservan el calor, esa chispa que puede encender la llama destinada a caldear el país, destinada a quemar las cuerdas que amarran nuestras alas para sí poder volar. Volar sin más ley que la libertad y con la bolsa llena de sueños.
Mientras tanto sigo viajando, trabando conversaciones efímeras que se pierden entre el susurro del viento. Disfrutando de las noches y huyendo de los días que me devuelven a una incierta realidad donde nada es lo que parece.
Sigo caminando, rumbo a la locura.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Al borde de la página

Me siento en el borde de la página, junto a la esquina inferior derecha, con los pies colgando, me asomo al mundo que existe más allá de mi historia. Contemplo la pluma caída de la que aún cuelga una gota de tinta fresca, como una perla negra brillante y misteriosa, suspendida, parada en el instante que se me ha concedido para contemplar el mundo.
En mi mente resuenan las últimas palabras escritas en la página, relucientes y húmedas resplandecen a mi espalda. Son las palabras que me animaron a salir, que me imbuyeron del valor que le faltaba a mi alma.
“Soy coleccionista de realidades, realidades que transformo en sueños con el trazo de mi mano”
Es la última frase de mi libro, pronunciada por mí, el protagonista, el centro de este pequeño universo de papel y tinta. Porque yo soy un personaje de novela con delirios de grandeza, condenado a ser más que imaginación, pero menos que realidad. No soy nada, pero a la vez lo soy todo. Tengo alma y de algún modo tengo vida, soy la más imperfecta creación literaria, pero a la vez la más humana.
Se me dio la capacidad de ser consciente de mi existencia y con ello se me dotó de sueños y anhelos, más concretamente de un sueño. Un deseo que el universo ha cumplido, me ha permitido asomarme por el borde de mi libro, a la realidad, a ese mundo del que ha surgido mi historia.
Le dedico un último vistazo a la luna, que con su pálida luz ilumina la cara de mi creador. Y me zambullo de nuevo en el mar de letras que es mi hogar.
El mundo vuelve a cobrar vida, el escritor sacude la cabeza, como despertando de un sueño, borrando la sonrisa de aquel enigmático personaje que se da la vuelta y desaparece entre las páginas de su libro.
-Imaginaciones mías. Murmura mientras desaparece por el pasillo en busca de un café que despeje su mente.

lunes, 13 de febrero de 2012

2 A.M

Me levanto temblando, el reloj marca las dos, las pesadillas han vuelto. La realidad se esfuma, se difumina entre mis temores, metamorfoseándose en fantasmas que recorren mi habitación. Gimiendo, agitan sus cadenas de recuerdos. Cadenas oxidadas que son el esqueleto de un pasado mejor, cadáver putrefacto de un final ya anunciado.
Sudoroso me encamino al baño, abro el grifo y dejo que la cadencia del agua resbalando por mi cabeza me devuelva a la realidad, o al menos a ese estado de vigilia en el que aún sigo siendo el dueño de mi mente. Los fantasmas desaparecen, se esconcen en los recovecos de mi alma remendada. En la cual varias puntadas sueltas amenazan con desgarrar el tejido de mi esencia, amenazan con llevarme de nuevo a la locura.
Con el cabello goteando me encamino a la cocina, la nevera vacía me recuerda que se fue, abro el armario de la derecha, alcanzo un bote y lo huelo. El olor me trae recuerdos de otra época en la que me acompañaba, ahora he dejado de ser su amigo para convertirme en su esclavo. Despacio lío un canuto, lentamente, casi acariciándole, lo preparo y me siento frente a la ventana a mirar la luna.
La muy puta está ahí, sonriendo como cada noche, vestida en su desnudez con ropajes de plata, resplandeciente me mira con lástima. Enciendo el canuto y abandono mi vigila, entre calada y calada. Aire viciado colándose por mi garganta. Reptando a mi cerebro, cercenando conexiones, alejándome de la absurda realidad.
Abandonado, mi cuerpo se dirige a la habitación, con la consciencia dormida me rindo a la noche, al manto de la oscuridad que me arropa suavemente, librándome de sueños, librándome de pesadillas.
Son las tres de la mañana, mi cuerpo yace inconsciente en la cama.

domingo, 12 de febrero de 2012

Lo esencial es invisible a la vista.

La marea humana le rodeaba, pasaba a su lado, golpeándole constantemente, ajenos a su presencia. Únicamente preocupados por sus vidas, vidas de las cuales se creían amos y señores, creyendo tener todo bajo control. Ignorantes ante la mano férrea que controla sus cadenas y les hace bailar al son de la música.
Él caminaba sin cadena, libre, caminaba sin rumbo, moviendo sus pies al ritmo de otra melodía. Una melodía caótica y alegre, que animaba a saltar siguiendo el ritmo, una melodía marcada por los latidos de su corazón. Un corazón viejo que aún mantenía la llama de la juventud. Que rebotaba en el pecho, protestando por estar enjaulado, desando salir a la luz y conocer el mundo. Un corazón iluso e inocente, que no sabía que la luz era la mentira, era una luz artificial, creada por medio de un crisol de engaños. Modificada para que se amolde a la realidad que desean los de arriba. Era un corazón de niño, uno de esos corazones que aún no saben que la verdad se encuentra entre tinieblas.
La música vibraba en todo su ser, pero tenía demasiados años, demasiados errores cargados a la espalda y unas botas repletas del fango de la vida, que le hacían caminar con lentitud. Una lentitud que su mente aprovechaba para deleitarse con todos los sonidos que penetraban en sus oídos, analizándolos cuidadosamente, creando una imagen mental del mundo que sus ojos ya no podían ver, una imagen cargada de verdad y libre de cualquier influjo externo.
Se paró en seco, algo llamó su atención, el llanto de un chico.
Se acercó lentamente hacia él, escuchando cuidadosamente los melancólicos acordes que se propagaban desde su garganta. Oyó como las lágrimas repiqueteaban en el suelo, siendo absorbidas inmediatamente por la tierra reseca, perdiéndose entre las raíces del mundo.
No había duda, era un llanto sincero, no era por puro egoísmo, el joven era el candidato ideal. Se plantó frente a él y posándole la mano en el hombro le dijo:
-La oscuridad más insondable oculta el verdadero mensaje de la vida.
Y todo desapareció para el joven, el banco del parque donde estaba sentado, el extraño viejo que le había hablado, incluso el frío sol e invierno que iluminaba todo con su palidez. Ante él solo se extendía la oscuridad más profunda.

viernes, 10 de febrero de 2012

Efímera poesía


En el centro del salón una figura embozada se recortaba en la penumbra, sentada en una pequeña banqueta deslizaba sus manos por las teclas de un viejo piano ennegrecido por el fuego. Acariciaba cada lámina con manos delicadas y amorosas. Era la representación perfecta de su alma, astillado, quemado e inservible. El piano permanecía vetusto, alzando su silueta entre las sombras de la sala, iluminada suavemente por la luz del atardecer. El sol se recortaba en la distancia, desapareciendo entre las montañas nevadas, desapareciendo de la faz de la Tierra para dar paso a la oscuridad. Lentamente deslizaba sus apéndices luminosos por la fachada, devolviéndole su antiguo esplendor por unos minutos.
EL hombre alzó su cabeza y se retiró la capucha, dejando al descubierto un rostro arrasado por las llamas en el que solo se distinguían dos profundos ojos negros. Que observaban atentos como los últimos cristales adheridos al marco de la ventana presentaban batalla al paso del tiempo. Como reflejaban la luz solar mientras esta atravesaba la fachada y penetraba en la sala a través de los restos de la antigua ventana, mientras contemplaba esto. Flexiono los dedos.
Durante un par de minutos la sala volvió a vibrar, las paredes se llenaron de notas, entremezcladas con armónicos que recorrían la sala haciendo bailar al polvo. Escalas sucesivas creaban imágenes oníricas, proyectadas frente al piano. La música devolvió a la vida un tiempo pasado, en el que todo tenía sentido, por unos instantes el hombre volvió a la vida por completo, fundiendo su esencia con el sonido. Plasmando su alma en cada vibración, en cada pulsación.
El sol desapareció entre las montañas, sumiendo la sala en tinieblas, dejando de nuevo un piano ennegrecido e inútil que evocaba la imagen de una época mejor. Sobre la banqueta, como única huella de la presencia del hombre descansaba una nota, un papel medio quemado en el que se leía.
“Te esperaré en mi castillo en las nubes”.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Rayo lunar

El niño contemplaba la puesta de sol ensimismado, ajeno al bullicio de la casa, permanecía quieto. Mirando por el cristal como el sol capitulaba y arrastrando lentamente los últimos haces de luz dejaba paso a la noche, el cielo mudo sus colores, pasando del dorado atardecer al celeste de una noche gobernada por la Luna.
Una Luna que se alzaba altiva e inalcanzable, bañándolo todo con su reflejo divino, inundado el lugar de magia. Poco a poco la superficie del lago que se alcanzaba a ver desde la posición del niño adquirió un matiz sobrenatural. El agua oscura mudo su forma transformando el lago en el espejo donde la luna contemplaba su propia belleza.
Lentamente el niño quedo dormido, hechizado por la magia del paisaje que se presentaba ante sus ojos, rendido a la belleza de la luna. Su padre entró en la habitación y cogiéndole con cuidado en brazos le tumbó en la cama, arropándole suavemente con vaporosas sábanas, dejó al niño solo, soñando.
Despertó de golpe, con la sensación de que alguien le observaba, asustado miró a su alrededor, buscando la fuente de su desasosiego. Una cara atrapo sus ojos, un niño como él se asomaba por la ventana, sonriéndole. Con un gesto pícaro le invitó a que le siguiera. Su cara poseía brillo propio, resplandecía con fulgores plateados que inundaban la estancia de luz y calor. El niño aún titubeando se vistió y le siguió, descolgándose por el árbol que crecía junto a su ventana.
-¡Espera!, le gritó, intentando detener a su extraño visitante, que corría hacia el lago. Sin pensar en lo que hacía, le siguió, corrió detrás persiguiéndole, sintiendo el contacto con la hierba en sus pies. La sonrisa afloró en sus labios, estaba húmeda y le hacía cosquillas, pero no detuvo su carrera. Le alcanzó en la orilla, jadeante, se sentó a su lado. Juntos, contemplaron la pulimentada superficie del lago, embrujadora atrapó sus miradas y les retuvo toda la noche allí, sentados frente a la orilla.
Solo la voz del otro niño rompió el silencio sobrenatural de la noche.
-Sigue soñando.
El amanecer sorprendió al niño en su habitación, los juguetones rayos del sol se colaron entres sus párpados, rompiendo el mágico momento del sueño. El joven de cara resplandeciente había desaparecido sin dejar rastro.
Se levantó y pasando ante sus silla de ruedas, bajo caminando a la cocina, donde sus padres contemplaron atónitos como un niño sonriente les miraba, de pie, libre del esqueleto metálico que había cercenado su alas una mañana de enero, cuando el coche en el que viajaba se salió de la cazada.

lunes, 6 de febrero de 2012

Universo de casualidades

La luna iluminó el copo de nieve que en caída libre se dirigía hacia el suelo, bruñido en plata por la luz lunar revoloteaba en las corrientes de aire, trazando tirabuzones y giros imposibles descendía a trompicones. Sin prisa, disfrutando de los breves instantes que duraba su danza con el viento cayó, cayó sobre la cabeza del chico que en mitad de la plaza, perdido entre la marea de gente, miraba al infinito con aire ausente.
Sus ojos se dirigían hacía la alta y vetusta torre, que bordeaba la plaza a su derecha, sobre ella y en brillantes luces de neón un cartel rompía la armonía del edificio. Miraba al pequeño gato negro que ronroneando rebullía a gusto pegado al calor de una letra “A”. La chispa saltó del viejo fluorescente, que si bien no poseía la antigüedad de la torre , tenía en su haber cientos de días con sus respectivas noches, cientos de días llenos con el bullicio y el trasegar de la gente y cientos de noches compitiendo con la luna, alumbrando la vida de los habitantes de la ciudad que preferían la vida bohemia de la noche. La chispa quemó la cola del pequeño gato negro, que asustado ante el repentino calor maulló lanzando al aire un armónico desafinado.
El pequeño gorrión asustado levanto el vuelo, batiendo sus pequeñas alas se enfrento al viento helado cargado de nieve que había comenzado a formar un manto blanco en las calles de la ciudad, voló entre corrientes que le empujaron hacía el balcón de una casa blanca situada en el extremo opuesto de la plaza. Posándose en la negra barra del balcón miró al hombre que allí se encontraba.


Apuraba un cigarrillo, mientras contemplaba el discurrir de la gente difuminado por el humo y el vaho de su respiración, miraba ensimismado la multitud de personas que recorrían la plaza dirigiéndose hacia sus hogares para resguardarse del frío y la nieve, ocupado en sus propios pensamientos sacudió la ceniza de su cigarro en la barandilla del balcón.
La ceniza voló, arrastrada por el viento que cobraba fuerza con el paso de los latidos, perdiendo consistencia se disolvió en la noche, quedando una última partícula, una partícula que por casualidad se poso en el gorro de la chica que a varios metros del centro de la plaza miraba a un joven que a su vez contemplaba con gesto ausente un cartel de neón. La chica suspiró y se fue murmurando dos palabras que se perdieron entre el murmullo de la gente.

viernes, 3 de febrero de 2012

La historia de las almas perdidas

Miguel vivía en un pequeño ático de Madrid, convertido en su hogar tras abandonar su anterior vida, un pequeño desván de algo menos de cincuenta metros cuadrados, allí había pasado los mejores y los peores momentos de su vida, en ese lugar descubrió su vocación, en ese destartalado ático ubicado en un barrio obrero de Madrid descubrió su pasión por las letras, todo esto entre los brazos de ella, la mujer que le enseño a vivir, que le demostró que la vida merecía la pena ser vivida, que desperdiciar el tiempo es de imbéciles.
Las paredes estaban llenas de libros, en su mayoría de autores a los que solo conocían unos pocos, en su mayor parte ni si quiera eran ediciones publicadas, eran manuscritos que jamás llegarían a ver la luz. Miguel tenía un secreto, un terrible secreto que le devoraba por dentro, que carcomía su alma y la reducía a un mísero cascarón, Miguel había perdido su talento, era incapaz de escribir una línea, las plumas se transformaban en objetos inútiles en sus manos, era una fuerza superior a él, absorbía todo pensamiento y le impedía plasmar en el papel lo que tenía cincelado en su mente, era un escritor que no sabía escribir.
Pero lo mejor será comenzar por el principio, desde pequeño siempre había tenido problemas en casa, sus padres no llegaron a comprender a ese extraño que convivía con ellos y tenía el corazón lleno de resentimiento hacía una vida que hasta el momento solo le había producido desgracia, por eso un día tras una discusión particularmente dura, Miguel se fue. Con diecisiete años y los bolsillos vacíos tuvo que buscarse la vida en un Madrid que le mostro lo que era la verdadera crueldad. Paso varios años en la calle, malviviendo de la caridad de la gente y rebuscando en la basura para poder comer algo, se acostaba entre cartones con la única compañía del sonido de las ratas chapoteando en los charcos.
Pasaba la mayor parte de su tiempo en un puente del Manzanares, que como él, tenía el aspecto de aquel al que el destino ha elegido como cabeza de turco. Pensando en lo que pasaría si un día saltaba , pensando a quién le importaría o si cambiaria algo en el corrupto mundo que le rodeaba.


Un catorce de enero particularmente frío se encontraba allí, mirando a las turbias aguas que fluían bajo sus pies y pensando en lo mismo de siempre, cuando apreció ella, andando lentamente se le acercó y le susurró al oído:
-A mi me importaría, su sonrisa trasmitía una calidez que hizo que Miguel sintiera algo extraño, algo que no había sentido en mucho tiempo, esperanza.
Le tomó la mano y sin pronunciar una sola palabra más le llevo a su casa, caminaron durante media hora hasta llegar a un humilde bloque de apartamentos, entraron por el portal y pasando delante de un interruptor de la luz del que pendía un cartel de “no funciona” subieron al ático. Él se encontraba atónito, incrédulo ante lo que le estaba sucediendo, ni en sus mejores sueños se atrevía a soñar con lo que ahora aparecía ante él como si fuera lo más normal del mundo, un hogar.
Ella le indicó donde podía tomar un baño y le dio ropa limpia para que se vistiera. Tras el mejor baño de su vida salió y se sentó en una silla frente a la chica, el ático en el que se encontraban no poseía ningún lujo, pero estaba decorado con gusto y a Miguel le pareció la mejor casa que podría desear.
-¿Tú quién eres?, ¿por qué me has acogido?, ¿qué es lo que quieres?, preguntó a la chica. No la conocía, de eso estaba seguro, una chica como esa sería difícil de olvidar.
Ella se rió con ganas ante el gesto de Miguel, su cara de incredulidad era tanta que resultaba cómica, tomó aire y se dispuso a explicar la locura que le había conducido hasta Miguel.
-Esto es difícil de creer, no te culparé si echas a correr y llamas al psiquiátrico porque lo que te voy a contar es posiblemente lo más extraño que oirás en tu vida.
Miguel asintió, intrigado por el cariz que estaba tomando la situación, pero sobre todo por la seriedad con la que ella había pronunciado esas palabras.
-Mi nombre es lucia; y tengo una profesión un poco inusual; soy escritora: escribo para diferentes editoriales; en honor a la verdad me han publicado varios libros; pero siempre bajo seudónimo, no me gusta que la gente me conozca porque mis historias no son normales. Verás una historia es un fragmento del alma del escritor, un pedazo de alma convertido en tinta que el escritor ha decidido liberar Pero mis historias no son fragmentos de mi alma, son fragmentos de otras personas que se cuelan en mi mente y no salen de ella hasta que los plasmo en papel, se podría decir que lo que yo hago es contar la historia de las almas perdidas.
-Ehh.. no sé, te creo, de eso estoy seguro, pero… ¿Qué tiene todo esto que ver conmigo? Miguel estaba totalmente asombrado ante lo que había contado Lucia, no dudaba que fuera verdad, los ojos de Lucia no mentían, pero no sabía si debía creérselo.
-Verás, yo lo sé todo sobre ti, se podría decir que conozco tu historia desde que naciste, porque tu alma vino a mi, tu alma estaba perdida y me encontró. Esto pasó hace casi dos años y desde entonces no he podido escribir sobre otra cosa que no fueras tú. Como para recalcar sus palabras Lucia extendió la mano y le entregó a Miguel un fago de hojas en cuya portada se podía leer, escrito con caligrafía excelente, “Miguel”.
Atónito Miguel lo recogió y comenzó a leer, tras media hora de rápida lectura miró a lucia con los ojos tan abiertos que daba la impresión de que iban a salirse de sus orbitas.
-Pero eso no es todo, las almas son eternas y no forman parte de nosotros como creemos, sino que son seres libres que viajan de un cuerpo a otro colándose en nuestra mente y alterando nuestras costumbres y nuestros sentimientos, son atemporales, es decir, el tiempo para ellas no significa nada, viajan a través de él como un barco en un mar calmado. Y a mi me cuentan su historia, por eso sabía que ibas a saltar hoy, y eso es algo que no podía permitir, porque aunque parezca extraño, y realmente lo es, creo que estoy enamorada de ti.
Era más de lo que Miguel podía asimilar, se levantó y con un escueto “hasta luego” salió del apartamento. Era extraño, no, extraño se quedaba corto, era raro. La cosa más rara que jamás le había ocurrido, pero ¿y si fuera verdad? Dando un paseo se dirigió al parque que se encontraba al lado del bloque de edificios, un pequeño reducto de naturaleza en medio de un Madrid que cabalgaba a lomos del progreso como un jinete un caballo desbocado. Su cabeza era incapaz de dejar de dar vueltas a lo sucedido aquella tarde, el nuca había confiado en nadie, nuca había tenido un amigo con el que poder hablar de lo que sentía, en parte por su culpa, en parte mala suerte. Pero el hecho es que nunca había tenido un amigo, ni tan si quiera alguien que le mostrara afecto y ahora de repente sin buscarlo aparecía esa chica prometiéndole un hogar, y lo más importante su amor. Miguel lo encontraba sospechoso como poco, pero sin darse cuenta sus pasos le encaminaron de nuevo hacia ese bloque de apartamentos y de pie en el portal tomó la decisión que cambiaría su vida para siempre, subir.
La puerta del ático estaba abierta y sin saber por qué entró sin llamar, le parecía ridículo llamar a la puerta de su “hogar”, encontró a Lucia sentada en el mismo sitio, en esa butaca azul cuya contemplación evoca en la mente una historia triste pero que esta vez la única imagen que evocó fue la sonrisa de Lucia entre lágrimas. Sollozando se levantó y abrazó a Miguel, este aún titubeante le devolvió el que fue su primer abrazo.
Así se conocieron, los siguientes dos años los guardaré en mi memoria, ya que algo tan íntimo no merezco plasmarlo en papel ya que tan solo soy un mero testigo de esta historia. Bastará con deciros que durante dos años Miguel fue verdaderamente feliz, que durante ese tiempo, comprendió el verdadero poder de las palabras y bajo la atenta mirada de Lucia aprendió el arte de escribir, durante ese tiempo Miguel cambió, fue un cambio gradual pero muy fuerte, poco a poco se dio cuenta de que si había llegado a este mundo era solo para plasmar la historia que llevaba consigo el alma que Lucia salvó una mañana de enero. Comenzó a escribir un libro, en el que relataba la lucha de un joven por recuperar su libertad y huir de una ciudad repleta de maldad, salvando a la chica que amaba.
Así pasaban los días, escribiendo hasta que la luz del sol entraba por la ventana, durmiendo poco y bebiendo café hasta que el cerebro no podía más, solo descansaba para estar un rato con Lucia; para compartir unas caricias; algún beso furtivo y las mantas de esa cama que tantas veces había sido caldeada gracias a sus dos cuerpos desnudos. Pero todo esto iba a cambiar. El destino no suele tolerar que sus presas escapen y en el caso de Miguel no hizo una excepción.
Entró sin llamar, arrasando con todo y todos, se veía venir. Pero ver la guerra frente a las puertas de Madrid fue un duro golpe para Miguel, él no entendía de ideologías, ni de valores que merezcan sacrificios, el solo entendía su pequeño universo, un universo realmente pequeño, pero de dimensiones titánicas un universo cuyo eje fue arrancado de cuajo una mañana de octubre.
Llevaban casi seis meses de cerco y tres desde que se habían instaurado las cartillas de racionamiento, el día a día se hacia cada vez más duro en un Madrid de cara y cruz.
Por un lado estaba el Madrid de desfiles y pandereta, repleto de milicianos inconscientes que defendían su ciudad a muerte sin pensar en que lo único que hacían era engrasar la maquinaria de la guerra con su sangre. Milicianos enfrentados a un enemigo que implacable bombardeaba día y noche, colegios o cuarteles, hospitales o empalizadas. Un enemigo que no hacía distinciones y que solo perseguía un único objetivo, rendir la ciudad.

Esta era la faceta que anunciaban periódicos y radios a bombo y platillo, por supuesto ensalzando y demonizando a rebeldes y leales según su criterio, pero detrás de esto existía una cruz, un opuesto a la crueldad de la guerra, que al contrario de toda lógica era incluso más sádico y duro. Está era la cruz de Madrid, donde la gente se peleaba por el alimento y las enfermedades causaban más muertos que las balas. Este era el Madrid de Miguel, un Madrid que consiguió arrebatarle su pertenencia más valiosa, Lucia.
El día que murió a causa de unas fiebres que le devoraron hasta los huesos fue el día en el que la mente de Miguel se colapsó, algo se rompió en su cabeza al ver como la luz escapaba de los ojos de Lucia hacia un destino incierto.
-Ahora mi alma te pertenece.
Fueron sus últimas palabras, desde entonces todas las noches Miguel se levantaba, bañado en sudor, con la cara desencajada y el eco de estas palabras en sus oídos. No lo entendía, sabía que debía hacer algo, ella esperaba algo de él. ¿Pero el qué?
Pasaron los meses, quizás los años. No existía forma de saberlo, la conciencia de Miguel había abandonado el cuerpo para contemplar desde las alturas como este se precipitaba hacia su propia destrucción.
Viajó por toda Europa, sin una conciencia real de lo que hacía, buscaba escritores, novelistas o cualquier persona que supiera empuñar la pluma como el acero. Se entrevistaba con ellos, ganaba su confianza mediante mentiras o recurría al robo, cualquier cosa con tal de conseguir sus libros. Buscaba desesperado el alma de Lucia, pero no la encontró, buscaba ciego. Desde que se marchó no entendía nada, era incapaz de hilar más de dos pensamientos. Sin ella no era él.
Poco a poco reunió una gran colección de libros, manuscritos en su mayoría. Miles de almas de tinta y papel, sueños y pensamientos. Pero por desgracia no los de ella.
El dinero se acabó y se vio obligado a volver. Sin darse cuenta la luz empezaba a iluminar su mente con cada paso que daba hacía casa. Cada metro, cada zancada le abría de nuevo una puerta, le permitía volver a ser él, su conciencia había descendido para apiadarse de esa carcasa vacía y torturada que caminaba sin rumbo. El camino de vuelta fue largo y difícil, cada día le sorprendía una cosa nueva, no entendía como su pelo había mudado su color azabache por una blancura impoluta, no sabía desde cuando sus ojos habían dejado de verlo todo con la nitidez de la juventud. No sabía cuanto tiempo había transcurrido. Se sentía como si despertase de un sueño muy profundo. Se sentía cansado, pero extrañamente lúcido, veía las cosas claras. Debía volver al ático, el lugar donde comenzó, el lugar donde sucedió y el lugar donde terminó. Lo era todo, era su vida y era el lugar donde hallaría la respuesta.
El tren lo dejo en una estación construida con vigas de hierro, no recordaba su aspecto, debía ser una de las nuevas “maravillas” de la técnica. Echó a andar, bajo los arcos de negro acero, rodeado de miles de personas que buscaban sus sueños o se limitaban a hacer bulto en el mundo, respirando y comiendo sin más afán que ver otro amanecer. Caminaba despacio, rodeado por miles de almas, pero solo en la inmensidad, aunque eso a Miguel no le preocupaba, él ya sabía lo que tenía que hacer. Todo se aclaró en el momento en que su pie hacía contacto con el suelo de Madrid.
Salió a la calle, era una mañana soleada de julio, la gente sudorosa y atareada pasaba junto a él como un fluir constante de agua, dirigido a un destino pero sin una meta clara. Altos edificios lo rodeaban todo, torres imponentes de cristal y acero que se elevaban compitiendo entre ellas por alcanzar la magnificencia de las nubes. El espectáculo era impresionante, para Miguel todo esto era nuevo, si bien había viajado por toda Europa nunca se había parado a mirar a su alrededor, no había percibido la metamorfosis de un mundo en constante cambio.
No todo eran increíbles construcciones, la mayoría solo eran el reflejo del ego de una humanidad que obviando la belleza de lo natural se dedicaba a edificar, intentando tapar ese espacio que con su sola visión recuerda la insignificancia del ser humano.
Miguel recorrió calles revestidas de una extraña familiaridad, que se presentaban ante él como paisajes de sueño, vagamente reales y radicalmente distintas a lo que su memoria recordaba. Caminó durante toda la tarde , sin pararse, resuelto a llegar a su destino lo más rápido posible y cuando la luz del sol comenzaba a desvanecerse, la calle desembocó abruptamente en un parque.
Miguel quedó sorprendido, atónito sacudió la cabeza como si estuviese soñando, pero era real, era su parque, el pequeño parque donde tantas veces había paseado con ella, sonrió y lo recorrió despacio, rememorando aquellos paseos. Al menos existían cosas que nunca cambiaban.
El parque terminó y frente a Miguel se alzó un viejo edificio de apartamentos que repleto de gritas y algún que otro desconchón en la fachada se mantenía de pie, retando al resto de construcciones, recordando el pasado, recordando que existe algo más allá de la humanidad, era el último edificio que contenía la verdadera alma de Madrid. Quieto Miguel observaba el último piso con los ojos colmados de lágrimas y la mente inundada de recuerdos. Permaneció allí de pie hasta que el último rayo de luz se perdió entres las altas torres de la nueva Madrid, entonces entró.


Subió las escaleras, pasando ante el viejo cartel de “no funciona” que amarillento y raido seguía colgando del interruptor de la luz. Subió rápido deseando llegar a su destino, tras el largo viaje. Pero al alcanzar el último piso se encontró con un obstáculo, cajas y cajas repletas de libros, manuscritos que poco a poco había obtenido en su viaje se amontonaban frente a él formando imponentes colosos de tinta y papel. Avanzó como pudo entre pilas de páginas que rezumaban olor a tinta y sueños, al fin alcanzó la puerta y tras forcejear durante un rato con la oxidada cerradura abrió de nuevo la entrada a su refugio, a su hogar.
Los siguientes dos meses duraron lo que tarda en difuminarse el eco de un suspiro, Miguel encontró trabajo como corrector en un periódico de barrio que se dedicaba a proclamar a los cuatro vientos la necesidad de una revolución obrera, no era un trabajo bien pagado, pero Miguel no necesitaba dinero, solo el suficiente para seguir manteniendo el ático hasta que terminara. Tras ordenar de nuevo las cuatro paredes de esa buhardilla que eran su vida, rescató del olvido un último manuscrito, su manuscrito.
Una mañana de septiembre, Miguel se levantó y se dirigió al baño, preparándose para ir al trabajo. Pero no era una mañana cualquiera, era el principio de una carrera desesperada por salvar su alma y la de Lucia. Después de la aparición de los primeros síntomas Miguel abandono su trabajo, comprendió que el desenlace era inevitable y que lo único que le restaba por hacer era terminar el libro, rescatar su historia y la de Lucia del olvido, para que perviviera, inmortal, en las líneas de un libro.
Comenzó a escribir compulsivamente, pasando días sin comer, obsesionado con el discurrir del tiempo que anunciaba el final irrevocable, escribía de noche y de de día. Durmiendo solo cuando sus huesos le impedían continuar, no salía de casa más que para comprar lo indispensable para continuar, volvía cargado de papel y tinta para la estilográfica que había encontrado sobre la mesa, que permaneció allí olvidada durante largos años esperando a que Miguel recobrará la conciencia y volviera a trazar líneas sobre el papel como cuando Lucia vivía.
Pasaron los meses, cayendo como hojas de un árbol marchito, la vida escapaba del cuerpo de Miguel, huyendo, volando hacia ese destino incierto, ese destino que nadie conoce y del que nadie ha vuelto.
Amaneció un 14 de mayo, el sol curioso y cotilla entró como cada mañana, reptando, iluminando el ático y revelando el cadáver de Miguel caído sobre el suelo, con la estilográfica aún asida y una radiante sonrisa en la cara. Sobre la mesa depositado en perfecto orden estaba un manuscrito, en cuya última hoja figuraba apretada contra el margen inferior y caligrafía temblorosa una palabra, “FIN”.