sábado, 31 de marzo de 2012

Sensaciones

Describir una sensación es algo tan complicado como vivir, a todos nos hablan de los pasos a seguir para escribir, de las maneras de vivir y la forma de afrontar los problemas, pero a la hora de la verdad estamos en blanco, canalizamos nuestras sensaciones a través de las manos esbozando el trazo de unas líneas cargadas de la propia vida. Porque las sensaciones son la vida, sentir es vivir Y es por eso por lo que nuestra vida se convierte en un folio en blanco, una lámina donde nuestros actos fluyen como tinta, creando las líneas de nuestro pasado, fluyen creando ríos de recuerdos donde flotan las sensaciones, donde flota nuestra verdadera vida.

Somos nuestro pasado, nuestros actos y sus consecuencias, pero no limitamos nuestra esencia vital a tiempos pretéritos, sino que somos el presente, somos el aire que entra en nuestros pulmones proporcionándonos el hálito que nos condena al futuro. Pues el presente es una gota que cuelga en el margen del rió, una gota normalmente aferrada al pasado y que tarde o temprano caerá, caerá regando la semilla del futuro. La semilla de ese árbol que formará el bosque del futuro incierto, bosque en tinieblas donde buscamos incansablemente la luz.


viernes, 16 de marzo de 2012

Sonrisa de arlequín.

La noche era ya una realidad, la rápida sucesión de tonalidades anaranjadas había abandonado la bóveda celeste sin dejar rastro. Efímero como un suspiro, el atardecer dio paso a la noche.

El joven seguía sentado en el mismo lugar, inamovible. Permanecía absorto en el breve destello que momentáneamente aparecía entre sus dedos. Movía los dedos rápidamente, haciendo bailar a la moneda entre ellos, convirtiéndola en una estrella fugaz que desaparecía entre sus yemas para deslumbrar de nuevo a algún curioso apareciendo en la otra mano. La gente miraba durante unos instantes y desaparecía de nuevo, perdiéndose entre las calles de la vieja ciudad. Ocupados en sus propios asuntos, ajenos a cualquier cosa fuera de su alcance, ajenos a sueños y lejanas aventuras que nunca vivirían.

El joven era consciente de todo lo que ocurría a su alrededor. Veía pasar mujeres cargadas de primavera que desprendían felicidad mientras buscaban con la mirada una desafortunada victima que enredar entre sus encantos. Veía ancianos de ojos cansados que caminaban sin rumbo, esperando a que la campana retumbe y su hora en este mundo llegue a su fin. También vio pasar hombres de hombros anchos pero espaldas arqueadas. Con ojos hundidos cargaban en su cerviz el peso de la responsabilidad y de miles de sueños rotos.

Aquella tarde el joven vio pasar miles de almas, miles de posibilidades de mundos, miles de sueños y una sola mirada que le cautivó. Una joven de ojos tristes. Caminaba acompañada de un niño, un niño inocente que aún soñaba con aventuras y viajes a la Luna. Pero la muchacha no era feliz, caminaba con la mirada apagada, con dos faroles oscuros por ojos, faroles sin luz ni calor que robaban el alma a los incautos que los miraban. Era una mujer sin sueños, pero con el firme propósito de seguir viviendo.

El joven quedó muy impresionado y durante un par de segundos la moneda paró de girar entre sus nudillos.
-¿Por qué sigue caminando? Murmuró para si mismo.
Suspiró y siguió con la diabólica danza de la moneda. Mientras esta desaparecía por un momento en su puño, la mujer desapareció entre el gentío.

La noche avanzó, cerrando filas tras el joven, la luz de las farolas confería a la moneda un brillo anaranjado. Dándole el aspecto de un ocaso eterno, condenado a repetirse en el tiempo segundo tras segundo. El joven seguía absorto en sus pensamientos, absorto en su mundo, un mundo de pesadillas y dudas donde solo conservaba la certeza de su existencia. Lentamente levantó la vista y cerró fuertemente el puño entorno a los desgastados cantos de la moneda. Saludó a la Luna con una inclinación de cabeza y lanzó la moneda al aire.

Revoloteando surcó el cielo nocturno, acariciada por una suave brisa que había comenzado a soplar. Cayó al suelo con un golpe seco, no hubo tintineo. La luna la iluminó, mostrando la sonriente cara de un arlequín enfocando directamente al joven con sus brillantes ojos color plata.
El joven sonrió tristemente y sacando el revólver de su bolsillo disparó, cayó al suelo con una sonrisa más radiante que el arlequín. Cayó con un ruido sordo mientras una inesperada ráfaga de viento barría los ecos del disparo en todas las direcciones.

En ese mismo instante, en una casa no muy alejada la mujer arropaba al niño, cantándole una vieja nana, sonriéndole mientras de su garganta brotaba la suave melodía.

“Duerme que la Luna acuna,
duerme que la muerte asoma.”


domingo, 11 de marzo de 2012

Tren a ningún lugar.

Estaba a punto de coger el tren y huir. Esfumándome definitivamente de esta ciudad cargada de recuerdos y pesadillas. Caminaba deprisa, rodeado por las tenues sombras de incipiente anochecer. Buscando refugio en un tren mientras el sol lo hacía tras el horizonte. Subí al viejo vagón del primer expreso en el que conseguí billete, dirigido a algún lugar de Francia, a algún lugar sin nombre donde el viento no tarareara esa melodía melodramática que me tortura día y noche.

El vagón solo estaba iluminado por las débiles luces que salían de un par de compartimentos. Era un tren antiguo, uno de esos que van cargados de viajeros y misterio. Un tren cuyas paredes han sido testigos mudos de miles de encuentros fugaces en mitad de un viaje hacia el fin del mundo. Abrí la puerta del primer compartimento vacío que encontré, las cortinas estaban echadas, impidiendo a la Luna espiar lo que ocurría en su interior. Tanteé en busca de un interruptor durante un par de minutos, tras mi intento fallido decidí descorrer las cortinas y permitir que la suave luz lunar iluminara la pequeña estancia.

Me senté y saque de mi bolsillo el viejo libro de poesía que había salvado de la jaula de olvido que era aquel cajón de mi antiguo apartamento. Bajo la luz plateada sus rebordes ocres resplandecían como gotas de sangre. Embelesado comencé la lectura de esas páginas que tan bien conocía. Absorto en las palabras de un viejo escritor cuyo nombre ya se había olvidado no oí como la puerta se abría a mi lado.

-Hola, dijo una dulce voz, una voz cuyo timbre yo conocía muy bien.
Una voz causante de mi precipitada huida hacia un destino incierto. Levante la vista y sus ojos no hicieron más que confirmar mis temores. Sonrió y perdí los pocos trazos de voluntad que conservaba mi mente.

-¿Qué haces aquí? Me preguntó su sinuosa silueta recortada en el marco de la puerta.

-Ehh… no puedo… no sé. Aún me estaba recuperando de la impresión y el olor de su perfume solo consiguió terminar de desmoronar mis resquebrajadas defensas.

-¿No me lo quieres decir? Su tono era juguetón, disfrutaba viéndome totalmente acorralado, desnudo e indefenso antes sus encantos.

-No quería verte… Admití con una sonrisa triste.

-¿Quieres que me vaya? La sonrisa desapareció de sus labios y su tono cambió bruscamente.

-No, no por favor, ya no hay nada que hacer. No quería verte porque sé que entonces caería en tu tentación.

Lentamente se acercó a mí. El olor se intensificó y dio vida a la sangre que recorría mi cuerpo. Mi interior rebulló inquieto ante la cercanía de su contacto, ya no había marcha atrás El tren comenzó a deslizarse sobre las vías y en mi pequeño mundo comenzó una carrera contra el tiempo, una carrera cuyo recorrido era su cuerpo. Una carrera que concluía con la pérdida de mi alma. Las horas pasaron fugaces, quemándose como el papel de un cigarro, ardiendo durante unos instantes para caer al suelo convertidas en cenizas.

Desperté con el sonido de la campana del tren y descubrí que en el compartimento no había nadie. Estaba solo, de nuevo. Solo pude encontrar un pequeño sobre que olía a ella. En su interior había un billete de retorno a Barcelona, a la ciudad de la sombra y los recuerdos.

Cogí el billete, firmando la venta de mi alma con el mismísimo demonio.

domingo, 4 de marzo de 2012

Cartas desde el infierno.

¿Qué se siente cuando se abren las puertas del infierno ante ti? ¿Temor, reverencia o simple curiosidad? Mi mente solo ha logrado atisbar una fracción de la débil luz de los fuegos abismales, una pequeña luminosidad anaranjada que ha abrasado mi alma y purgado la mayoría de los dogmas que pueblan mi mente.

Mis pensamientos comienzan a alejarse de las rutas iluminadas por la luz artificial, para sumergirse en otras que apenas son rozadas por un par de rayos desprendidos del diabólico vestido de la Luna. Engatusan a los incautos, sacudiéndoles de su sopor para mostrarles la horrible verdad de un mundo cimentado en el cadáver de la historia. Un cadáver desfigurado y pintado como una dama de burdel. Un cadáver profanado para prostituirle favor del fanatismo. Siempre en manos de verdaderos artistas del pensamiento. Malabaristas de pasiones que instigan odio, fervor y terror en favor de sus intereses.

Estos artistas no son más que díscolos aprendices del diablo, agentes introducidos en nuestro mundo bajo la apariencia de colosos, secuaces sin saberlo del mayor enemigo de la humanidad que bajo el disfraz del dinero maneja los hilos de este gran teatro de marionetas al que llamamos mundo.
Es la sombra que se esconde tras la deslumbrante luz de Iglesias y religiones, luz que no ilumina, luz que ciega. Camina entre nosotros, transformando valores, convirtiendo lo obsceno en cotidiano, convirtiendo la perversión en ley de vida. Dinamita nuestra ya resquebrajada moral, conduciéndonos sin remedio a un abismo donde nuestra ceguera será blanca, donde lo que nos cegará será la luz que nos impide ver la sombra. La luz de nuestro pecado, del pecado humano.

Pero yo me adentro en ese camino, me introduzco poco a poco en la sombra, sin llegar a rodearme de ella, no sé cuanto aguantaré indemne, la gente comienza a llamarme demonio. Yo prefiero seguir pensando que solo soy un revolucionario cargado de sueños.