domingo, 2 de octubre de 2011

Sombras entre oscuridad

-¡No te pares¡, le gritó el joven al pequeño niño que con los ojos muy abiertos y una expresión de horror en la cara se había detenido a mirar la oscuridad que poco a poco se arrastraba por el bosque. No era una oscuridad normal, no cubría los árboles, los devoraba guiada por el rítmico sonido de los corazones humanos, guiada por el miedo que se respiraba en el ambiente, por los gritos desgarradores de los que caían en su presa.
El niño no se movió, no podía, sus piernas se habían convertido en mantequilla, incapaz de sostenerse cayó al suelo temblando, sollozando con la mirada fija en lo que hasta hace nada era su casa. Una pequeña cabaña en mitad del bosque, que se alzaba tétrica, distorsionada, formando una imagen diabólica que junto al resto de pequeñas casas de sus vecinos confería al pueblo el aspecto del mismísimo infierno.
El joven que hace nada le había gritado le agarró de la cintura y sin miramientos se le echó al hombro mientras retomaba la desesperada carrera por salvar sus vidas. El niño fue tomando conciencia con cada sacudida, poco a poco fue dándose cuenta de lo que ocurría, no era un juego como había creído al principio cuando su padre le despertó en mitad de la noche urgiéndole para que se vistiera, era serio, algo pasaba. La imagen de su mejor amigo engullido por la sombra mientras gritaba el nombre de su madre hasta desgarrarse la voz le asalto repentinamente, ¿qué ocurría? Él no podía saberlo, con 10 años, hasta ahora su única preocupación había sido jugar.
Sin previo aviso el mundo decidió dar un vuelco, el niño salió despedido y chocó contra un árbol, su mente se tornó negra y cayó inconsciente al lado del joven que en su afán por salvar sus vidas había muerto, su corazón había dicho basta negándose a continuar, arrebatándole la posibilidad de salvación. Su último pensamiento fue para el niño, le había fallado.
Poco a poco fue abriendo los ojos, se incorporó mientras un dolor lacerante le atravesaba el hombro como si hubiese estado acechando, esperando el momento adecuado, se tambaleó temiendo perder el conocimiento otra vez, pero el miedo se impuso al dolor. Estaba rodeado, todo a su alrededor era negro, pero no era oscuridad normal, era la sombra, ¿por qué seguía vivo?¿por qué la sombra permanecía inmóvil?. Mientras el niño se apoyaba en el tronco de un viejo árbol, realizo una breve inspección que le revelo el motivo de que su pequeño corazón aún resonara latiendo con fuerza en sus sienes. Un pequeño candil iluminaba el rostro del joven que en su último esfuerzo antes de morir había encendido una pequeña llama para mantener la sobra a raya.
Lentamente se acercó al cuerpo arrastrándose y se tumbó arropándose con los brazos del cadáver que inmóvil y rígido miraba al infinito con terror aún plasmado en los ojos, no supo cuanto tiempo permaneció así, adormecido y acunado por la suave pero firme luz del candil. Pero de lo que si fue consciente fue del momentáneo desfallecimiento de la llama, apenas una milésima de segundo, lo suficiente para que la sombra se acercara, se apretó contra el cuerpo inerte del joven con lágrimas en los ojos. No quería, no quería morir así, de repente la sensación de inmortalidad que acompaña a los niños desapareció. Fue consciente de que iba a morir y sonrió, sonrió pensando en su mejor amigo, sonrió pensando en sus abuelos y su madre, pensando en agradecer al joven lo que había hecho por él. Mientras pensaba en la gente con la que se reencontraría y en cómo sería después de morir, en si podría seguir jugando en los columpios o a la pelota con su padre se levantó lentamente y colgó su cinturón de un árbol, con gran esfuerzo y mordiéndose el labio para no gritar por el dolor del hombro acercó una piedra, volvió a sonreír y sin pensar tomó impulso y saltó hacia delante quedando colgado del árbol. Mientras sus pulmones procesaban las últimas gotas de oxígeno que contenían fue capaz de ver como el candil se apagaba a la vez que su vida, perdió la visión, todo se tornó borroso, sentía la cabeza a punto de estallar, pero un ruido consiguió colarse en su cerebro antes de que este fallara, el rugido de impotencia de la sombra al perder a su presa.
Y la luz lo volvió a iluminar todo, a la vez que el niño corría a los brazos de su madre.

2 comentarios:

  1. Joder, sin palabras, ¿y luego soy yo la que da miedo?
    Genial este texto. Las historias que ocurren en ambientes tan tétricos... Me encantan :)
    <3

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  2. He de decir que he contado con ayuda , me han marcado las faltas y los errores.
    Porque eres una mujer muy tenebrosa :)

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