lunes, 3 de octubre de 2011
Mi tambaleante mundo
Hilarante, si, esa es la palabra perfecta para describir esta sociedad. Esta sociedad de ladrones, asesinos y cobardes que disfrazados de Armani manejan a su antojo el devenir de un planeta que no les pertenece. En la que los valores son el dinero y el poder, una sociedad que ha cometido las mayores aberraciones éticas, ha construido bombas por la paz, ha racionalizado el egoísmo en favor de la igualdad, en definitiva una sociedad que ha asesinado a la ética en favor del progreso. Un progreso que se asemeja a un desprendimiento, cayendo descontroladamente, acumulando fuerza hasta volverse incontrolable y arrasarlo todo.
La humanidad ha fallado, se ha fallado a si misma, ha conseguido vencer a todos los enemigos menos a uno, un enemigo oculto en la sombra, en la sombra que proyecta su enorme ego sobre el mundo, su vanidad le ha cegado, consiguiendo eclipsar a su inteligencia. Ha permitido que los gobernantes sean los malvados, pero ese no es su mayor logro, su mayor logro ha sido convertir a los buenos en malos, conseguir que la masa enajenada por discursos huecos de grandes palabras sin sentido persiga la bondad hasta casi extinguirla, ha conseguido que la bondad sea una práctica ilegal. Estos son los grandes logros de la humanidad, un fluir constante de mezquindad y corrupción
Podríamos calificarlo de locura, pero hay un problema, se nos han adelantado, han calificado de locos a los pocos que se opusieron a su régimen, se han reído de ellos y les han ofrecido “tratamiento”. Sentados en su trono, un trono autoimpuesto, que gobierna parlamentos llenos de cabezas huecas que intentan aparentar su preocupación por un pueblo al que solo alimentan con huesos rancios para que mantenga la boca ocupada y no pueda protestar. Pues yo personalmente me quedo con hambre, me quedo con hambre de derechos frente al dogma del crecimiento constante, me quedo con hambre frente a los muertos en países del tercer mundo, un tercer mundo construido por el capitalismo, llevado a la ruina por la falsa promesa del progreso. Usado para obtener los recursos necesarios para esa incontable variedad de objetos inútiles diseñados para crear necesidades y no solventarlas, pero no conformes con eso han convertido a un tercio de la población en esclavos, una nueva esclavitud que como todo en este mundo ha progresado, transformada y diseñada para que no nos cause vergüenza, camuflándola para justificar nuestra maldad ante nosotros mismos, al fin y al cabo, para que no nos moleste a la vista.
Podría seguir escribiendo durante horas, sobre mi mundo, relatando como las maravillas de las técnicas han asesinado a la ética en una guerra perdida desde el principio, podría seguir hablando de las violaciones a los derechos humanos que se producen constantemente y son ocultadas por gobiernos corruptos, pero terminare hablando de una de mis mayores preocupaciones, la perdida de ideales, unos ideales que solo puedes encontrar en una minoría de la juventud que ha abierto los ojos frente a la injusticia y la barbarie, unos ideales que al parecer se pierden junto a la inocencia al crecer. Por culpa de un sistema que te obliga a trabajar para él o morir. Esa es mi preocupación y solo espero encontrar a alguien que la comparta y me asegure que no estoy solo frente a este cruel mundo.
domingo, 2 de octubre de 2011
Sombras entre oscuridad
-¡No te pares¡, le gritó el joven al pequeño niño que con los ojos muy abiertos y una expresión de horror en la cara se había detenido a mirar la oscuridad que poco a poco se arrastraba por el bosque. No era una oscuridad normal, no cubría los árboles, los devoraba guiada por el rítmico sonido de los corazones humanos, guiada por el miedo que se respiraba en el ambiente, por los gritos desgarradores de los que caían en su presa.
El niño no se movió, no podía, sus piernas se habían convertido en mantequilla, incapaz de sostenerse cayó al suelo temblando, sollozando con la mirada fija en lo que hasta hace nada era su casa. Una pequeña cabaña en mitad del bosque, que se alzaba tétrica, distorsionada, formando una imagen diabólica que junto al resto de pequeñas casas de sus vecinos confería al pueblo el aspecto del mismísimo infierno.
El joven que hace nada le había gritado le agarró de la cintura y sin miramientos se le echó al hombro mientras retomaba la desesperada carrera por salvar sus vidas. El niño fue tomando conciencia con cada sacudida, poco a poco fue dándose cuenta de lo que ocurría, no era un juego como había creído al principio cuando su padre le despertó en mitad de la noche urgiéndole para que se vistiera, era serio, algo pasaba. La imagen de su mejor amigo engullido por la sombra mientras gritaba el nombre de su madre hasta desgarrarse la voz le asalto repentinamente, ¿qué ocurría? Él no podía saberlo, con 10 años, hasta ahora su única preocupación había sido jugar.
Sin previo aviso el mundo decidió dar un vuelco, el niño salió despedido y chocó contra un árbol, su mente se tornó negra y cayó inconsciente al lado del joven que en su afán por salvar sus vidas había muerto, su corazón había dicho basta negándose a continuar, arrebatándole la posibilidad de salvación. Su último pensamiento fue para el niño, le había fallado.
Poco a poco fue abriendo los ojos, se incorporó mientras un dolor lacerante le atravesaba el hombro como si hubiese estado acechando, esperando el momento adecuado, se tambaleó temiendo perder el conocimiento otra vez, pero el miedo se impuso al dolor. Estaba rodeado, todo a su alrededor era negro, pero no era oscuridad normal, era la sombra, ¿por qué seguía vivo?¿por qué la sombra permanecía inmóvil?. Mientras el niño se apoyaba en el tronco de un viejo árbol, realizo una breve inspección que le revelo el motivo de que su pequeño corazón aún resonara latiendo con fuerza en sus sienes. Un pequeño candil iluminaba el rostro del joven que en su último esfuerzo antes de morir había encendido una pequeña llama para mantener la sobra a raya.
Lentamente se acercó al cuerpo arrastrándose y se tumbó arropándose con los brazos del cadáver que inmóvil y rígido miraba al infinito con terror aún plasmado en los ojos, no supo cuanto tiempo permaneció así, adormecido y acunado por la suave pero firme luz del candil. Pero de lo que si fue consciente fue del momentáneo desfallecimiento de la llama, apenas una milésima de segundo, lo suficiente para que la sombra se acercara, se apretó contra el cuerpo inerte del joven con lágrimas en los ojos. No quería, no quería morir así, de repente la sensación de inmortalidad que acompaña a los niños desapareció. Fue consciente de que iba a morir y sonrió, sonrió pensando en su mejor amigo, sonrió pensando en sus abuelos y su madre, pensando en agradecer al joven lo que había hecho por él. Mientras pensaba en la gente con la que se reencontraría y en cómo sería después de morir, en si podría seguir jugando en los columpios o a la pelota con su padre se levantó lentamente y colgó su cinturón de un árbol, con gran esfuerzo y mordiéndose el labio para no gritar por el dolor del hombro acercó una piedra, volvió a sonreír y sin pensar tomó impulso y saltó hacia delante quedando colgado del árbol. Mientras sus pulmones procesaban las últimas gotas de oxígeno que contenían fue capaz de ver como el candil se apagaba a la vez que su vida, perdió la visión, todo se tornó borroso, sentía la cabeza a punto de estallar, pero un ruido consiguió colarse en su cerebro antes de que este fallara, el rugido de impotencia de la sombra al perder a su presa.
Y la luz lo volvió a iluminar todo, a la vez que el niño corría a los brazos de su madre.
El niño no se movió, no podía, sus piernas se habían convertido en mantequilla, incapaz de sostenerse cayó al suelo temblando, sollozando con la mirada fija en lo que hasta hace nada era su casa. Una pequeña cabaña en mitad del bosque, que se alzaba tétrica, distorsionada, formando una imagen diabólica que junto al resto de pequeñas casas de sus vecinos confería al pueblo el aspecto del mismísimo infierno.
El joven que hace nada le había gritado le agarró de la cintura y sin miramientos se le echó al hombro mientras retomaba la desesperada carrera por salvar sus vidas. El niño fue tomando conciencia con cada sacudida, poco a poco fue dándose cuenta de lo que ocurría, no era un juego como había creído al principio cuando su padre le despertó en mitad de la noche urgiéndole para que se vistiera, era serio, algo pasaba. La imagen de su mejor amigo engullido por la sombra mientras gritaba el nombre de su madre hasta desgarrarse la voz le asalto repentinamente, ¿qué ocurría? Él no podía saberlo, con 10 años, hasta ahora su única preocupación había sido jugar.
Sin previo aviso el mundo decidió dar un vuelco, el niño salió despedido y chocó contra un árbol, su mente se tornó negra y cayó inconsciente al lado del joven que en su afán por salvar sus vidas había muerto, su corazón había dicho basta negándose a continuar, arrebatándole la posibilidad de salvación. Su último pensamiento fue para el niño, le había fallado.
Poco a poco fue abriendo los ojos, se incorporó mientras un dolor lacerante le atravesaba el hombro como si hubiese estado acechando, esperando el momento adecuado, se tambaleó temiendo perder el conocimiento otra vez, pero el miedo se impuso al dolor. Estaba rodeado, todo a su alrededor era negro, pero no era oscuridad normal, era la sombra, ¿por qué seguía vivo?¿por qué la sombra permanecía inmóvil?. Mientras el niño se apoyaba en el tronco de un viejo árbol, realizo una breve inspección que le revelo el motivo de que su pequeño corazón aún resonara latiendo con fuerza en sus sienes. Un pequeño candil iluminaba el rostro del joven que en su último esfuerzo antes de morir había encendido una pequeña llama para mantener la sobra a raya.
Lentamente se acercó al cuerpo arrastrándose y se tumbó arropándose con los brazos del cadáver que inmóvil y rígido miraba al infinito con terror aún plasmado en los ojos, no supo cuanto tiempo permaneció así, adormecido y acunado por la suave pero firme luz del candil. Pero de lo que si fue consciente fue del momentáneo desfallecimiento de la llama, apenas una milésima de segundo, lo suficiente para que la sombra se acercara, se apretó contra el cuerpo inerte del joven con lágrimas en los ojos. No quería, no quería morir así, de repente la sensación de inmortalidad que acompaña a los niños desapareció. Fue consciente de que iba a morir y sonrió, sonrió pensando en su mejor amigo, sonrió pensando en sus abuelos y su madre, pensando en agradecer al joven lo que había hecho por él. Mientras pensaba en la gente con la que se reencontraría y en cómo sería después de morir, en si podría seguir jugando en los columpios o a la pelota con su padre se levantó lentamente y colgó su cinturón de un árbol, con gran esfuerzo y mordiéndose el labio para no gritar por el dolor del hombro acercó una piedra, volvió a sonreír y sin pensar tomó impulso y saltó hacia delante quedando colgado del árbol. Mientras sus pulmones procesaban las últimas gotas de oxígeno que contenían fue capaz de ver como el candil se apagaba a la vez que su vida, perdió la visión, todo se tornó borroso, sentía la cabeza a punto de estallar, pero un ruido consiguió colarse en su cerebro antes de que este fallara, el rugido de impotencia de la sombra al perder a su presa.
Y la luz lo volvió a iluminar todo, a la vez que el niño corría a los brazos de su madre.
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