lunes, 3 de diciembre de 2012

Shake





Salió de la casa en el momento exacto en el que el primer rayo de luz rebotaba sobre las vidrieras. Las traviesas vibraciones solares hicieron saltar varios colores de la cristalera, tiñendo el amanecer de una suave tonalidad verde.

Tomó aire despacio, con miedo a despertar el mundo que, a su lado, dormía mecido por el suave compás de las olas. Tomó aire y sin esperar a que este llenara sus pulmones le exhaló, impaciente por comenzar a vivir un día más. Sin pensarlo dos veces corrió hacia el mar, dejando que su corazón restallara contra el pecho incapaz de mantener el ritmo de sus piernas. El agua helada corto su respiración, la bocanada de aire que había logrado introducirse en sus alveolos escapó en forma de vaho, perdiéndose en la nebulosa de la mañana, camuflándose entre la espuma que producían las olas al chocar contra su cuerpo desnudo.

Cuando volvió a pisar tierra firme, alejándose ya del embate del mar contra su piel comenzó a temblar. Un férreo frío se aferró a su epidermis, los pelos se erizaron y desde la cabeza a los pies el rítmico castañeteo de sus dientes sustituyó al intranquilo latir de su corazón. Al cabo de unos instantes este dejo de latir, concienciado de que su intermitente bombeo no era, mas cosa olvidada, una de esas costumbres que se repiten en el tiempo y el espacio para llenar el vacío que deja a su paso el crepitar de los segundos en la vida.

Así, cual marioneta que no vive sino respira, temblando de frío a la sombra de un amanecer que amenazaba con coronar su cenit la vió. Sentada frente a la ventana de la casa, sonriendo. Sonreía y su sonrisa era contagiosa, la calidez de sus labios empujaba al adormecido corazón a levantarse y volver a saltar dentro del pecho. Pero algo más la igualaba a la marioneta que desnuda en la playa dejaba caer las gotas de sal cual lágrimas sobre la arena.

Ella también temblaba, temblaba de amor terror.